DOMINGO 6º DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO




Lectura del libro del Eclesiástico
15, 15-20

Si quieres, puedes observar los mandamientos
      y cumplir fielmente lo que agrada al Señor.
Él puso ante ti el fuego y el agua:
      hacia lo que quieras, extenderás tu mano.
Ante los hombres están la vida y la muerte:
      a cada uno se le dará lo que prefiera.
Porque grande es la sabiduría del Señor,
      Él es fuerte y poderoso, y ve todas las cosas.
Sus ojos están fijos en aquellos que lo temen
      y Él conoce todas las obras del hombre.
A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar.

Palabra de Dios.


Cada uno es libre y debe tomar sus decisiones en la vida. Pero la verdadera prudencia es seguir la voluntad del Señor. El auténtico sabio es Dios, que lo ve todo. El que sigue sus mandamientos va aprendiendo también esa sabiduría. Tenemos ante nosotros, dos caminos: uno que nos aleja de Dios, otro que nos acerca a Él. Uno, fácil de recorrer, cómodo de andar, atractivo a nuestros ojos. El otro empinado, duro y estrecho, poco apetecible. Pero ya sabemos por la fe, y por la experiencia, que al término del camino ancho nos aguarda la tristeza, el fracaso, la angustia, la muerte. En cambio, después de recorrer el camino duro encontramos la paz, la alegría, la esperanza, la vida. Dios ha querido ser justo con nosotros, quiere darnos lo que merezcamos... Y llevado de su misericordia, ha prometido ayudarnos, darnos su gracia, sin dejar por eso de premiar el éxito final que con su ayuda y nuestro pobre esfuerzo consigamos.




SALMO RESPONSORIAL                                                    118, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34


R.    Felices los que siguen la ley del Señor

Felices los que van por un camino intachable,
los que siguen la ley del Señor.
Felices los que cumplen sus prescripciones
y lo buscan de todo corazón.  R.

Tú promulgaste tus mandamientos
para que se cumplieran íntegramente.
¡Ojalá yo me mantenga firme
en la observancia de tus preceptos!  R.

Sé bueno con tu servidor,
para que yo viva y pueda cumplir tu palabra.
Abre mis ojos, para que contemple las maravillas de tu ley. R.

Muéstrame, Señor, el camino de tus preceptos,
y yo los cumpliré a la perfección.
Instrúyeme, para que observe tu ley
y la cumpla de todo corazón.  R.
.



Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
2, 6-10

Hermanos:
Es verdad que anunciamos una sabiduría entre aquellos que son personas espiritualmente maduras, pero no la sabiduría de este mundo ni la que ostentan los dominadores de este mundo, condenados a la destrucción.
Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que Él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo: aquélla que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer, porque si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria.
Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, «lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios prepare para los que lo aman».
Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios.

Palabra de Dios.



Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo. Esta sabiduría de la que habla san Pablo es la sabiduría de Dios, una sabiduría que Dios nos da a través de su Espíritu. Cristo es el Espíritu de Dios y, en consecuencia, siempre que actuamos según el Espíritu de Cristo actuamos según el Espíritu de Dios. Los cristianos lo tenemos muy claro en la teoría: actuamos con sabiduría divina siempre que actuamos con la sabiduría de Cristo. Actuar como cristiano es actuar dirigidos por el espíritu de Cristo. Y como Dios es Amor, según nos dice repetidamente san Juan, si actuamos dirigidos por el amor, actuamos dirigidos por Cristo, es decir, actuamos con sabiduría divina. La ley de Cristo es el amor de Cristo, un amor que se manifestó sobre todo en la cruz de Cristo. Aceptemos las dificultades de la vida, aceptemos la cruz de la vida y hagamos todo con amor y por amor y así Dios nos dará “lo que ha preparado para los que le aman, algo que ni el ojo vio, ni el oído oyó”.



   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
5, 17-37

Jesús dijo a sus discípulos:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Les aseguro que no quedarán ni una i ni una coma de la Ley, sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata debe ser llevado ante el tribunal. Pero Yo les digo que todo aquél que se enoja contra su hermano merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquél que lo insulta, merece ser castigado por el Tribunal. Y el que lo maldice merece el infierno
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Ustedes han oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pero Yo les digo: El que mira a una mujer deseándola ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
También se dijo: "El que se divorcia de su mujer debe darle una declaración de divorcio". Pero Yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido comete adulterio.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor". Pero Yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús actúa con libertad y en ocasiones se salta la ley: no respeta el descanso del sábado, habla a solas con la samaritana... Pero nunca incumple los preceptos por capricho o por conveniencia propia. No ha venido a anular la ley, sino a darle plenitud, a perfeccionarla, para que responda mejor a la voluntad de Dios, para que sea más útil a las personas.

La ley de Dios, la Palabra de Jesús no esclaviza, da libertad, es camino de felicidad, de salvación.

Pasan los días y los años
se enreda la historia, y se llena
de nombres, de rostros, de gestos.
Se suceden los llantos y las risas.
Se arrugan los rostros y las manos.
Se llena de nieve el cabello.
Hay heridas que al fin cicatrizan.
 
Pasan palabras que se olvidan,
canciones que mueren,
versos que nadie recita más.
Pasa la vida, sólo una.
Pero tu palabra permanece.
 
Permanece el amor, como fuerza
poderosa. Permanece cada caricia
que humaniza el mundo;
cada acto de perdón,
y cada fiesta sin excluidos.
 
Permanece la bienaventuranza
como una forma de ser,
y el prójimo, y el abrazo
al hijo ausente que regresa.
Tu palabra no pasa. Nunca
 
José Mª Rodríguez Olaizola, sj


La Palabra de Dios, sus leyes, no son ningún adorno para la humanidad. Es la constatación de un hecho real: muchos de los que creemos en el Señor no tenemos orientada suficientemente, y con fortaleza cimentada, nuestra vida en el Reino de Jesús. Dios, y es así, no es ningún adorno: si su Ley fuera cumplida muchos dramas del mundo serían superados.
Jesús no quiere esclavos de su Reino. Hay un dicho que dice algo así “la letra con sangre entra”. La ley del Señor, desde el momento en que está sustentada en el amor, requiere discípulos libres (no obligados), con luz propia (no con imitaciones), con sal y picante (no derretidos o vencidos). A nadie se nos obliga a creer y, por lo tanto, cumplir la voluntad de Dios, esperar en El y en sus promesas nos lleva a la siguiente conclusión: vivir según Dios es un gran regalo. Un privilegio que el Señor nos recuerda en el evangelio que acabamos de escuchar.
Cristo que sabe cómo se está con Dios metido en el corazón, desea para nosotros lo mismo: la felicidad auténtica. ¿Y cómo se alcanza? Sirviéndole con alegría y con prontitud, con entusiasmo y con diligencia, con perfección y con humildad.
Iba un peregrino camino de Compostela y, en un anochecer, mirando hacia las estrellas preguntó: “Señor; ¿qué quieres de mí? Vivo según tu Palabra y camino por tus sendas. Te busco…y no sé si acabo de encontrarte. Una voz, desde lo más profundo del silencio le contestó: “te quiero a Ti”.
Esta es la ley del Señor. Sus mandamientos están encaminados precisamente hacia ello: a un encuentro real, misterioso y personal entre Dios y el hombre.

Javier Leoz
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