Semana 9ª durante el año




Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo
a Timoteo
2, 8-15

Querido hijo:
Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Ésta es la Buena Noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso soporto estas pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna.
Esta doctrina es digna de fe:
Si hemos muerto con Él, viviremos con Él.
Si somos constantes, reinaremos con Él.
Si renegamos de Él, Él también renegará de nosotros.
Si somos infieles, El es fiel,
porque no puede renegar de sí mismo.

No dejes de enseñar estas cosas, ni de exhortar delante de Dios a que se eviten las discusiones inútiles, que sólo sirven para perdición de quienes las escuchan. Esfuérzate en ser digno de la aprobación de Dios, presentándote ante Él como un obrero que no tiene de qué avergonzarse y como un fiel dispensador de la Palabra de verdad.

Palabra de Dios.


Seamos o no responsables de una comunidad, nos van bien los consejos y los ejemplos de Pablo: deberíamos sentir admiración por los ánimos de este anciano que está en la cárcel y se preocupa del bien de todos; todo lo que sufrimos lo deberíamos ofrecer por Cristo, como Pablo, que interpreta el sufrimiento como participación en el dolor redentor de Cristo; es nuestra aportación a la gran tarea de la difusión del evangelio; nos dice a nosotros, como a Timoteo, que seamos «obreros que no tienen de que avergonzarse, fieles dispensadores de la palabra de verdad», y que evitemos las innecesarias «discusiones inútiles», que «solo sirven para perdición de quienes las escuchan»; la entrega pascual de Cristo debe ser nuestro modelo supremo: «acuérdate de Jesucristo... si hemos muerto con él, viviremos con él».



SALMO RESPONSORIAL                        24, 4-5b. 8-10. 14

R.    ¡Muéstrame, Señor, tus caminos!

Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi Salvador. R.

El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
Él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres. R.

Todos los senderos del Señor son amor y fidelidad,
para los que observan los preceptos de su alianza.
El Señor da su amistad a los que lo temen
y les hace conocer su alianza. R.





   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
12, 28-34

Un escriba que oyó discutir a Jesús con los saduceos, al ver que les había respondido bien. se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?»
Jesús respondió: «El primero es: "Escucha. Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios. con todo tu corazón y con toda tu alma. con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas". El segundo es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay otro mandamiento más grande que éstos».
El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor.

Reflexión

Sin un amor verdadero a Dios y al prójimo, nada tiene sentido. Puede uno ser muy puntual en dar culto a Dios. Puede uno cumplir las leyes y mandatos hasta el más mínimo detalle; nadie podrá echarnos en cara una falta; pero si no nos mueve el amor, de nada nos sirve. Amar a Dios, nos debe llevar a amar al prójimo; y el amor al prójimo es el camino que nos lleva hacia Dios.
Jesús nos dice: en esto conocerán que son mis discípulos, en que se aman los unos a los otros. Jesús, recordando lo escrito en el Levítico 19, 18 le dirá al escriba: El segundo mandamiento es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Sin embargo, queriendo que nuestro amor al prójimo llegue hasta el extremo del amor que Él nos ha manifestado, cuando se encuentre en la última cena con sus discípulos, nos ordenará: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado a ustedes. La medida del amor no somos nosotros, sino Cristo.
Ojalá y no nos quedemos sólo aprendiendo estas enseñanzas, sino que las vivamos, de tal forma que, no por nuestras palabras, sino por nuestras obras manifestemos nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. Por eso procuremos no estar cerca, sino dentro del Reino de Dios.

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