Semana 9ª durante el año




Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo
a Timoteo
4, 1-8

Querido hijo:
Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino: proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar. Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas. Tú, en cambio, vigila atentamente, soporta todas las pruebas, realiza tu tarea como predicador del Evangelio, cumple a la perfección tu ministerio.
Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación.

Palabra de Dios.


El ejemplo de Pablo y sus recomendaciones sobre el futuro de la comunidad nos iluminan y nos invitan a un discernimiento de nuestros caminos. Ojalá pudiéramos decir que nuestra vida, ha sido parecida a la de este gran gigante de la fe: que estamos dedicando a la salvación de la humanidad nuestras mejores luces y energías. Que hemos combatido el combate y recorrido la carrera hasta la meta. Es para lo que vale la pena vivir: para ayudar a los demás y hacer algo útil para la salvación de la humanidad, unidos a Cristo. Los tiempos que anunciaba, en que «se escucharan cosas fantasiosas» y aparecerán maestros falsos, que siguen sus gustos personales y no los criterios de Cristo, son también los nuestros. No nos extrañe que los responsables de la comunidad, se sientan obligados a ejercer el discernimiento de espíritus y de doctrinas, y que a veces se vean movidos a proclamar, reprender, reprochar, exhortar, como Pablo invitaba a hacer. Es un ministerio nada fácil, pero que viene exigido por el respeto y el amor a la Palabra auténtica de Cristo, que se ha encomendado a la Iglesia para que la anuncie y la interprete y la lleve a la vida.




SALMO RESPONSORIAL                      70, 8-9. 14-15b. 16-17. 22

R.    ¡Mi boca anunciará tu salvación, Señor!

Mi boca proclama tu alabanza
y anuncia tu gloria todo el día.
No me rechaces en el tiempo de mi vejez,
no me abandones, porque se agotan mis fuerzas. R.

Yo, por mi parte, seguiré esperando
y te alabaré cada vez más.
Mi boca anunciará incesantemente
tus actos de justicia y salvación. R.

Vendré a celebrar las proezas del Señor,
evocaré tu justicia, que es sólo tuya.
Dios mío, Tú me enseñaste desde mi juventud,
y hasta hoy he narrado tus maravillas. R.

Entonces te daré gracias con el arpa,
por tu fidelidad, Dios mío;
te cantaré con la cítara,
a ti, el Santo de Israel. R.




    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
12, 38-44

Jesús enseñaba a la multitud:
«Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Éstos serán juzgados con más severidad».

Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor.

Reflexión

Él ha querido enriquecernos con su pobreza, despojándose de todo por nosotros. Él no se ha reservado nada para sí, nos lo ha dado todo, nos lo ha revelado todo para que seamos uno con Él y en Él seamos hechos hijos de Dios.
Vivamos, pues, nuestra plena unión con Él haciendo nuestros su vida y su Espíritu, de tal forma que podamos no sólo llamarnos hijos de Dios sino serlo en verdad.
Quienes creemos en Él y vamos tras sus huellas no podemos buscar honores personales, ni podremos pretender enriquecernos económica y materialmente a costa del Evangelio. El Señor nos quiere al servicio de los demás. Hemos de aprender a despojarnos de todo para entregarlo todo, consagrarlo todo a Dios, aun cuando nuestra vida parezca insignificante a los ojos del mundo. Dios sabrá recibir lo que, siendo suyo, finalmente se le devuelve y se le consagra. Él hará que quienes somos suyos seamos los portadores de su Evangelio, de su amor, de su gracia, de su salvación. Pues Dios ha escogido lo despreciable de este mundo, lo que no cuenta a los ojos de los hombres para convertirlo en instrumento de salvación para todos.
No busquemos, pues, nuestra gloria, sino la gloria de Dios, ya que Dios es el único que nos elevará para que recibamos, no la gloria humana, sino la Gloria del Hijo de Dios, y que ha reservado para los que le vivan fieles.



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