Liturgia - Lecturas del día



 

Lectura del libro del Eclesiastés

1, 2-11

 

¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio Cohélet.

¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!

¿Qué provecho saca el hombre

de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol?

 

Una generación se va y la otra viene,

y la tierra siempre permanece.

El sol sale y se pone,

y se dirige afanosamente hacia el lugar

de donde saldrá otra vez.

El viento va hacia el sur

y gira hacia el norte;

va dando vueltas y vueltas,

y retorna sobre su curso.

Todos los ríos van al mar

y el mar nunca se llena;

al mismo lugar donde van los ríos,

allí vuelven a ir.

Todas las cosas están gastadas,

más de lo que se puede expresar.

¿No se sacia el ojo de ver,

el oído no se cansa de escuchar?

Lo que fue, eso mismo será;

lo que se hizo, eso mismo se hará:

¡no hay nada nuevo bajo el sol!

Si hay algo de lo que dicen:

«Mira, esto sí que es algo nuevo»,

en realidad, eso mismo ya existió

muchísimo antes que nosotros.

No queda el recuerdo de las cosas pasadas,

ni quedará el recuerdo de las futuras

en aquéllos que vendrán después.

 

Palabra de Dios.





Entre los libros sapienciales, el Eclesiastés o Cohelet, en hebreo, es  celebre porque expresa en un lenguaje sumamente práctico algunos de los sentimientos humanos más corrientes de nuestra época: el desencanto, el aburrimiento, el peso de la condición humana, la aparente absurdidad de la vida y de la muerte. Nada puede “satisfacer” totalmente al hombre: ni el placer, ni la riqueza, ni el trabajo, garantizan al hombre su felicidad. El corazón del hombre está hecho para Dios: ninguna otra cosa podrá satisfacerlo. Es demasiado grande para contentarse con los pequeños disfrutes parciales de aquí abajo. La insatisfacción terrestre causa un “vacío” que solo podrá colmar la revelación de Dios.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                     89, 3-6. 12-14. 17

 

R.    ¡Tú eres nuestro refugio, Señor!

 

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo,

con sólo decirles: «Vuelvan, seres humanos».

Porque mil años son ante tus ojos

como el día de ayer, que ya pasó,

como una vigilia de la noche. R.

 

Tú los arrebatas, y son como un sueño,

como la hierba que brota de mañana:

por la mañana brota y florece,

y por la tarde se seca y se marchita. R.

 

Enséñanos a calcular nuestros años,

para que nuestro corazón alcance la sabiduría.

¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?

Ten compasión de tus servidores. R.

 

Sácianos en seguida con tu amor,

y cantaremos felices toda nuestra vida.

Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;

que el Señor, nuestro Dios,

haga prosperar la obra de nuestras manos. R.

 

 

 


    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

9, 7-9

 

El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que Jesús hacía y enseñaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: «Es Juan, que ha resucitado». Otros decían: «Es Elías, que se ha aparecido», y otros: «Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado».

Pero Herodes decía: «A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es éste del que oigo decir semejantes cosas?» Y trataba de verlo.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús no pasa inadvertido. No busca la notoriedad, pero su estilo de vida llama la atención. Quieren escucharlo y verlo hasta sus propios enemigos.

¿Cómo es nuestra vida? ¿Llamamos la atención por ser coherentes, por estar con los más pobres, por elegir los últimos puestos, por servir más que nadie, por asumir con esperanza la cruz y el dolor, por creer en Dios y en las personas? ¿o llamamos la atención por otras cosas menos evangélicas?


Señor, líbrame de todo deseo de sobresalir,
de parecer más grande o más bueno que los demás,
de pretender la fama a cualquier precio.

Pero, si he de llamar la atención,
que la llame por ser como tú;
por decir la verdad con dulzura, como tú;
por acercarme a los más necesitados, como tú;
por ser libre frente a los poderosos y al qué dirán, como tú;
por no estar apegado al dinero y a la comodidad, como tú;
por buscar más el amor que el placer, como tú;
por luchar contra el mal sólo con las armas del bien, como tú;
por tener paciencia con los que no acaban de aprender, como tú;
por perdonar setenta veces siete, como tú;
por trabajar en comunidad por la comunidad, como tú;
por dar la vida con alegría hasta el final, como tú;
por confiar siempre en Dios Padre hasta en los peores momentos, como tú.

Señor, ayúdame a ser cada día más parecido a ti. Amén.

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