DOMINGO 30° DURANTE EL AÑO



 


Lectura del libro del Éxodo

22, 20-26

 

Éstas son las normas que el Señor dió a Moisés:

No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto.

No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, Yo escucharé su clamor. Entonces arderá mi ira, y Yo los mataré a ustedes con la espada; sus mujeres quedarán viudas, y sus hijos huérfanos.

Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés.

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol, porque ese es su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con qué dormirá? Y si él me invoca, Yo lo escucharé, porque soy compasivo.

 

Palabra de Dios.



El Éxodo, recogiendo diversas normativas dadas al pueblo por Moisés, dedica varios capítulos (19-23) a detallar los términos de la Alianza que Yahvé ha querido hacer con su pueblo. Nosotros la resumimos en el "decálogo" o "los diez mandamientos". Pero son muchos más los detalles que enumera. Hoy escuchamos unas pocas normas, referentes a la justicia social, o sea, a nuestros deberes para con el prójimo: cómo tratar a los inmigrantes y forasteros, a los pobres y débiles. Prepara así lo que Jesús va a contestar sobre cuál es el mandamiento principal. Es impresionante que se nos diga que los gritos de los pobres mal tratados suben hasta Dios mismo. Cuando humillamos a alguien, es a Dios mismo a quien humillamos. Lo que hago con ese forastero, o pobre del que me resulta fácil aprovecharme, lo estoy haciendo a Dios.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                                                                 17,  2-4.  47. 51ab

 

R.   Yo te amo, Señor, mi fortaleza.

 

Yo te amo, Señor, mi fuerza,

Señor, mi Roca, mi fortaleza mi libertador.  R.

 

Mi Dios, el peñasco en que me refugio,

mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.

Invoqué al Señor, que es digno de alabanza

y quedé a salvo de mis enemigos.  R.

 

¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca!

¡Glorificado sea el Dios de mi salvación!

Él concede grandes victorias a su rey

y trata con fidelidad a su Ungido.  R.


 

 



 

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Tesalónica

1, 5c-10

 

Hermanos:

Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Y ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo. Así llegaron a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya.

En efecto, de allí partió la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me han recibido y cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien Él resucitó de entre los muertos y que nos libra de la ira venidera.

 

Palabra de Dios.




 Ya quisiéramos nosotros, los cristianos de hoy, que san Pablo pudiera decirnos a nosotros estas palabras que dirige, en esta carta, a los primeros cristianos de Tesalónica. Porque muchas veces nuestra fe es anodina, se queda dentro de los muros del templo, sin resonancia en el mundo exterior. Y, sin embargo, la fe cristiana, nuestra fe, debe ser elemento de evangelización exterior, llegar y contagiar a los de fuera. Algo de esto quiere decir el Papa Francisco cuando habla una y otra vez de la necesidad de que la Iglesia de Cristo sea siempre una Iglesia en salida. Esto, evidentemente, muchas veces no es fácil, debido a nuestras condiciones muy limitadas por la edad y por nuestro estilo de vida. Pero debemos intentarlo, al menos dentro de nuestra familia, amigos y personas más cercanas. Si la Iglesia de Cristo debe ser siempre una Iglesia evangelizadora, procuremos ser también cada uno de nosotros evangelizador, en la mejor medida que podamos y sepamos.



 


    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

22, 34-40

 

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»

Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

 

Palabra del Señor.




AL FINAL DE LA VIDA SE NOS EXAMINARA DEL AMOR


1.- "¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?". En el evangelio del domingo pasado observamos cómo los fariseos quieren comprometer a Jesús para que responda si hay que obedecer a Dios o al Estado. Jesús aclara que la obediencia a Dios no impide los derechos de los ciudadanos. En esta misma línea, los fariseos vuelven al ataque, "para ponerlo a prueba" con esta pregunta: "¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?". Ellos eran celosos cumplidores, al menos aparentemente, de las 613 leyes prescritas para todo buen judío. Jesús responde con las palabras del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser" (Dt. 6,5), es decir con las tres facultades que definen la persona humana. Todo judío, según este texto, debía poner estas palabras en la frente, atarlas en su mano, escribirlas en las jambas de su casa.

La novedad de Jesús es asemejar este mandamiento primero al segundo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estas palabras aparecen ya en el capítulo 19 del libro del Levítico para evitar la venganza y el rencor contra "los hijos de tu pueblo". Jesús amplia este amor también hacia el extranjero, e incluso al enemigo. No por casualidad en el evangelio paralelo de Lucas viene a continuación la explicación de qué entiende Jesús como prójimo en la parábola del Buen Samaritano. Jesús no invita a ir en contra de la Ley, sino a situarnos más allá de ella, por encima de ella.

2.-"El que dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso". En una sociedad donde abunda el anonimato, la soledad, el vacío de cariño, es necesario anunciar que "Dios es compasivo". No basta con la justicia, con lo debido, hay que amar, porque el hombre de hoy necesita ser amado. Podemos gritar la respuesta del salmo: "Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza". Pero el amor de Dios se hace visible y concreto en el amor al prójimo. Ya lo dice San Juan: "el que dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso" (1 Jn 4,20). Al final de nuestra vida se nos examinará del amor, no de si hemos cumplido muchas leyes, o hemos ido mucho al templo, o si sabemos mucho de religión o de vidas de santos. Hemos de entender el amor como Cristo lo entendió: como auto donación, como entrega de uno mismo. Un amor que es "ágape", fraternidad. Vivir como hermanos supone asumir un nuevo estilo de vida, unos valores nuevos que nos llevan a vivir en comunión con los excluidos, los marginados, los preferidos de Dios. Quizá nos hace falta despojarnos de todo el ropaje legalista y rutilante con que hemos cubierto nuestra fe. En la Eucaristía celebramos el amor de Dios. Cada vez que nos reunimos para partir el pan debe avivarse en nosotros el amor a los necesitados. Esta es la esencia de nuestra fe.

 

José María Martín OSA

 

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