Liturgia - Lecturas del día




 Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a Tito

3, 1-7

 

Querido hermano:

Recuerda a todos que respeten a las autoridades que nos gobiernan, que les obedezcan y estén siempre dispuestos para cualquier obra buena. Que no injurien a nadie y sean amantes de la paz, que sean benévolos y demuestren una gran humildad con todos los hombres. Porque también nosotros antes éramos insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de los malos deseos y de toda clase de placeres, y vivíamos en la maldad y la envidia, siendo objeto de odio y odiándonos los unos a los otros.

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, Él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.

 

Palabra de Dios.



Se tiene que notar la distinción entre el "antes" y el "después" de la conversión. Antes, el panorama no es muy recomendable. Ahora que creemos en Cristo debe cambiar nuestra imagen en medio de la sociedad. Para que sea creíble nuestro testimonio, tenemos que ser intachables ciudadanos de este mundo. Se recuerda lo que tenemos que evitar: pasarnos la vida fastidiando a los demás, en medio de peleas e insultos, o comidos de envida, insoportables para nuestra familia o comunidad, odiándonos. Todo eso es vivir según criterios de egoísmo personal, sin ninguna clase de solidaridad ni sensibilidad social. Se proponen metas muy concretas de convivencia humana: que nos dediquemos honradamente al trabajo, que obedezcamos las leyes sociales y a las autoridades, que seamos amables con todos, serviciales. Así imitaremos a Jesús, el que se entregó por todos, y será válido nuestro testimonio, porque ese lenguaje lo entienden todos.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                      22, 1-6

 

R.    El Señor es mi pastor, nada me puede faltar:

 

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.

Él me hace descansar en verdes praderas,

me conduce a las aguas tranquilas

y repara mis fuerzas. R.

 

Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre.

Aunque cruce por oscuras quebradas,

no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo:

tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.

 

Tú preparas ante mí una mesa,

frente a mis enemigos;

unges con óleo mi cabeza

y mi copa rebosa. R.

 

Tu bondad y tu gracia me acompañan

a lo largo de mi vida;

y habitaré en la Casa del Señor,

por muy largo tiempo. R.

 

 

 



 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

17, 11-19

 

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»

Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.

Uno de ellos, al comprobar que estaba sano, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.

Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».

 

Palabra del Señor.


 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, estoy aquí. Sí, estoy aquí con todo mi ser. ¿Cómo me encuentro? Creo que eso lo sabes mejor Tú, que yo mismo. Mi cabeza, llena de preocupaciones, me roba la paz. Por ello, abandono todo en Ti; en este momento de oración déjame ponerme en la paz de tu presencia.



. ¿Hasta dónde llega nuestra fe en Cristo? ¿Qué buscamos cuando nos arrodillamos ante Él?

Hoy se nos habla de la curación de diez leprosos; pero sólo uno de ellos, además de la curación, recibió la salvación. Finalmente esto es lo que más nos ha de interesar encontrar en Cristo Jesús.

No podemos convertir nuestra fe en buscar sólo la satisfacción de nuestros intereses temporales, sean económicos, materiales, o de salud. Ya el Señor nos dirá en otra parte: "Busquen primero el Reino de Dios y su Justicia, y lo demás vendrá a Ustedes por añadidura." Porque, efectivamente: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde la Vida?"

Dios vela siempre por nosotros, y jamás se olvidará de aquellos que creó por amor y que sigue amando a pesar de lo rebelde que pudiésemos serle.

Después del gran amor que Él nos ha tenido hasta entregar su Vida por nosotros, para que seamos perdonados y tengamos Vida eterna, ¿sabemos ser agradecidos con Él, no sólo reconociéndolo como Dios, arrodillándonos ante Él y dándole gracias, sino haciendo que su Vida y su Espíritu no caigan en nosotros como en un saco roto?

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