Liturgia - Lecturas del día

 



Lectura de la carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Filipos                                          3, 174, 1

 

Hermanos:

Sigan mi ejemplo y observen atentamente a los que siguen el ejemplo que yo les he dado. Porque ya les advertí frecuentemente y ahora les repito llorando: hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio.

Por eso, hermanos míos muy queridos, a quienes tanto deseo ver, ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren firmemente en el Señor.

 

Palabra de Dios.



Ser cristiano no son algunas prácticas religiosas: afecta a la manera de vivir, al estilo de conducta. En dos direcciones lo concreta Pablo. La moralidad de las costumbres: los cristianos no podemos tener "como dios a nuestro vientre". Aunque el mundo ofrezca como criterio primario de la vida la satisfacción de instintos y el placer de los sentidos, un cristiano sabe que hay otros valores a los que dar prioridad. No podemos ser "enemigos de la cruz de Cristo", aceptar a Cristo en todo lo suave y consolador, y esquivar lo que suponga sacrificio. La actitud de esperanza y vigilancia hacia el futuro. Un cristiano tiene memoria: recuerda el acontecimiento pascual, que perdura y se nos comunica, sobre todo en los sacramentos. Mira al futuro: aguarda la manifestación final de Jesús y sabe que estamos destinados a una transformación gloriosa. Entre el ayer y el mañana, vive el hoy con alegría, con coherencia, con vigilancia.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                                              121, 1-5

 

R.    ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!

 

¡Qué alegría cuando me dijeron:

«Vamos a la Casa del Señor»!

Nuestros pies ya están pisando

tus umbrales, Jerusalén. R.

 

Jerusalén, que fuiste construida

como ciudad bien compacta y armoniosa.

Allí suben las tribus,

las tribus del Señor. R.

 

Según es norma en Israel,

para celebrar el Nombre del Señor.

Porque allí está el trono de la justicia,

el trono de la casa de David. R.

 

 

 



  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

16, 1-8

 

Jesús decía a sus discípulos:

Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: «¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto».

El administrador pensó entonces: «¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. jYa sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!»

Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?» «Veinte barriles de aceite», le respondió. El administrador le dijo: «Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez».

Después preguntó a otro: «Y tú, ¿cuánto debes?» «Cuatrocientos quintales de trigo», le respondió. El administrador le dijo: «Toma tu recibo y anota trescientos».

Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


«Hermanos y hermanas, esta página evangélica hace resonar en nosotros la pregunta del administrador deshonesto, expulsado por su amo: «¿Qué haré pues?» (v. 3). Frente a nuestras carencias y fracasos, Jesús nos asegura que siempre estamos a tiempo para sanar el mal hecho con el bien. Que los que han causado lágrimas hagan felices a alguien; que los que han quitado indebidamente, done a los necesitados. Al hacerlo, seremos alabados por el Señor “porque hemos obrado astutamente”, es decir, con la sabiduría de los que se reconocen como hijos de Dios y se ponen en juego por el Reino de los cielos. Que la Santísima Virgen nos ayude a ser astutos para asegurarnos no el éxito mundano, sino la vida eterna, para que en el momento del juicio final las personas necesitadas a las que hemos ayudado sean testigos de que en ellas hemos visto y servido al Señor».
(Homilía de S.S. Francisco, 22 de septiembre de 2019).

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