DOMINGO IIIº DE ADVIENTO

 




 

Lectura del libro de Isaías

61, 1-2a. 10-11

 

El espíritu del Señor está sobre mí,

porque el Señor me ha ungido.

Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres,

a vendar los corazones heridos,

a proclamar la liberación a los cautivos

y la libertad a los prisioneros,

a proclamar un año de gracia del Señor.

 

Yo desbordo de alegría en el Señor,

mi alma se regocija en mi Dios.

Porque Él me vistió con las vestiduras de la salvación

y me envolvió con el manto de la justicia,

como un esposo que se ajusta la diadema

y como una esposa que se adorna con sus joyas.

 

Porque así como la tierra da sus brotes

y un jardín hace germinar lo sembrado,

así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza

ante todas las naciones.

 

Palabra de Dios.



En medio del clima de oración y penitencia, tan propio del Adviento, la Iglesia nos exhorta por boca del profeta a que nos llenemos, hasta desbordar, con el gozo del Señor. Aunque parezca una paradoja, así ha de ser: gracias a la oración y a la penitencia el alma se purifica y se acerca más a Dios, hasta sentir el gozo inefable de estar junto a él, de rozarle y abrir el corazón a su amor entrañable. La esperanza cierta de que el Señor llega hasta nosotros tiene que ser un motivo sólido y profundo de alegría, de paz y felicidad anticipada, unas primicias del júbilo de la Navidad que se acerca. Más aún: un anticipo de la dicha infinita que Dios reserva para quienes le sean fieles hasta el final.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                                                    Lc 1, 46-50. 53-54

 

R.    Mi alma se regocija en mi Dios.

 

Mi alma canta la grandeza del Señor,

y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,

porque El miró con bondad la pequeñez de su servidora.

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz.  R.

 

Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:

¡su Nombre es santo!

Su misericordia se extiende de generación en generación

sobre aquellos que lo temen.  R.

 

Colmó de bienes a los hambrientos

y despidió a los ricos con las manos vacías.

Socorrió a Israel, su servidor,

acordándose de su misericordia.  R.

 

 


 

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Tesalónica

 

5, 16-24

 

Hermanos:

Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas.

Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser -espíritu, alma y cuerpo- hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará.

 

Palabra de Dios.

 

 

Pablo resume la actitud del espíritu cristiano tal como corresponde a la voluntad de Dios: alegría, oración y agradecimiento. "¡Alégrense constantemente!", o sea, incluso en las horas bajas y de sufrimiento, pues esos momentos no afectan al fundamento en el que descansa nuestra alegría; la certeza de la salvación en Cristo. "Orad sin cesar". Naturalmente, no con palabras, sino con la conciencia de la unión con Dios, porque en el descanso del alma en Él se encuentra precisamente la verdadera oración, sin palabras y de pleno valor. "¡Dad gracias por todo!". Incluso en las pruebas y sufrimiento. Aquí es donde tiene que mostrarse la fe fuerte en que todo lo que viene de la mano de Dios es para nuestra salvación.




 


 

 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

1, 6-8. 19-28

 

Apareció un hombre enviado por Dios,

que se llamaba Juan.

Vino como testigo,

para dar testimonio de la luz,

para que todos creyeran por medio de él.

Él no era la luz, sino el testigo de la luz.

 

Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle:

«¿Quién eres tú?»

Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente:

«Yo no soy el Mesías».

«¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Ellas?»

Juan dijo: «No».

«¿Eres el Profeta?»

«Tampoco», respondió.

Ellos insistieron:

«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»

Y él les dijo:

«Yo soy una voz que grita en el desierto:

Allanen el camino del Señor,

como dijo el profeta Isaías».

Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Ellas, ni el Profeta?»

Juan respondió:

« Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia».

Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

 

Palabra del Señor.





Reflexión




Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, impúlsame con tu gracia para reconocer cada día quién soy ante tus ojos.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El pasaje evangélico que la liturgia de la Iglesia nos propone el día de hoy tiene una profundidad verdaderamente maravillosa. Muchas cosas podríamos meditar al respecto. Sin embargo, te propongo concentrarnos en un único aspecto: la figura de Juan el Bautista, en el momento en que a la pregunta sobre su identidad responde sin miramientos que él no es el Mesías.

‘Yo no soy el Mesías.’ Detente en esas palabras. Reflexiónalas. Gústalas. Ponlas en tu boca. Si te preguntan: ‘¿quién eres?’, responde abiertamente: ‘Yo no soy el Mesías.’ Quizás parece ser un ejercicio absurdo, pero encierra una verdad profunda. En efecto, ¿cuántas veces has querido comportarte en tu vida como si tú pudieras controlarlo todo? ¿Cuántas ocasiones has buscado cargar sobre tus hombros el peso del mundo? ¿Cuántos momentos has dedicado a tratar de convencerte o convencer a otros de tus capacidades? Ahora tiene más sentido la respuesta.

Hoy es el tercer domingo de Adviento; tiempo de preparación, tiempo para -como nos recuerda el Bautista- allanar los caminos para el Señor. En definitiva, tiempo de espera. Mas no se trata de una espera vana, como si nada fuera a ocurrir; ni de una espera ficticia, como si el hecho de ya saber el desenlace hiciera que nuestra actitud fuera meramente externa. No. El corazón anhela algo; más aún, anhela a Alguien. Y ese Alguien viene. Ya está cerca.

Así pues, no dejes pasar este día desapercibido. No caigas en la trampa de querer ocupar el primer lugar. No cedas a la tentación de buscar fijar tu identidad en una auto-referencialidad que no es sino egoísmo disfrazado. No eres tú quien te dirá quién eres. Es Cristo, hecho carne; Cristo, en la forma de un niño que necesita de tu cuidado, quien te lo revelará. Pero antes de llegar a ese paso, hay que recordar una y otra vez: ‘Yo no soy el Mesías’.

«Voz, no palabra; luz, pero no propia, Juan parece ser nadie. He aquí desvelada "la vocación" del Bautista: Rebajarse. Cuando contemplamos la vida de este hombre tan grande, tan poderoso -todos creían que era el Mesías-, cuando contemplamos cómo esta vida se rebaja hasta la oscuridad de una cárcel, contemplamos un misterio enorme. En efecto, nosotros no sabemos cómo fueron sus últimos días. Se sabe sólo que fue asesinado y que su cabeza acabó sobre una bandeja como gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede descender más, rebajarse. Sin embargo, sabemos lo que sucedió antes, durante el tiempo que pasó en la cárcel: conocemos las dudas, la angustia que tenía; hasta el punto de llamar a sus discípulos y mandarles a que hicieran la pregunta a la palabra: ¿eres tú o debemos esperar a otro?. Porque no se le ahorró ni siquiera la oscuridad, el dolor en su vida: ¿mi vida tiene un sentido o me he equivocado?».
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de junio de 2013).


 

 


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