Liturgia - Lecturas del día

 



Lectura del libro del Deuteronomio

4, 1. 5-9

 

Moisés habló al pueblo, diciendo:

Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres.

Tengan bien presente que ha sido el Señor, mi Dios, el que me ordenó enseñarles los preceptos y las leyes que ustedes deberán cumplir en la tierra de la que van a tomar posesión. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: «¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!»

¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes?

Pero presta atención y ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un solo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos.

 

Palabra de Dios.



Si los israelitas estaban orgullosos de la palabra que Dios les dirigía y de la sabiduría que les enseñaba, nosotros tenemos razones todavía mayores para sentirnos contentos: Dios nos ha dirigido su palabra viviente, su propio Hijo, el verdadero Maestro que nos orienta en la vida. Nosotros escuchamos con frecuencia la palabra de Dios. Cada día nos miramos al espejo para ver si vamos conservando la imagen que Dios nos pide. Cada día volvemos a la escuela, en la que el Maestro nos va ayudando en una formación permanente que nunca acaba. Es una de las consignas de la Cuaresma: poner más atención a esa palabra. Para contrarrestar otras muchas palabras que luego escuchamos en este mundo y que generalmente no coinciden con lo que nos ha dicho Dios.

 



 

SALMO RESPONSORIAL                           147, 12-13. 15-16. 19-20

 

R.    ¡Glorifica al Señor, Jerusalén!

 

¡Glorifica al Señor, Jerusalén,

alaba a tu Dios, Sión!

Él reforzó los cerrojos de tus puertas

y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.

 

Envía su mensaje a la tierra,

su palabra corre velozmente;

reparte la nieve como lana

y esparce la escarcha como ceniza. R.

 

Revela su palabra a Jacob,

sus preceptos y mandatos a Israel:

a ningún otro pueblo trató así

ni le dio a conocer sus mandamientos. R.

 

 




   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

5, 17-19

 

Jesús dijo a sus discípulos:

No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedarán ni una i ni una coma de la Ley sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra.

El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

«Nada tan suave para ser cantado, nada tan grato para ser oído, nada tan dulce para ser pensado como Jesús, el Hijo del Altísimo. Tú que eres esperanza del que sufre, Tú que eres tierno con el que te ruega, Tú que eres bueno con el que te busca: ¿Qué no serás con el que al fin te encuentra?» (San Bernardo). Me acerco a tu presencia y contemplo el gran misterio, Señor. Gracias por permitirme estar estos minutos contigo. Llena mi corazón con tu amor, pues sólo Tú eres capaz de llenarlo.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

¿Quién es la plenitud de la ley? ¿Qué es lo que le da sentido a nuestro cumplimiento de los mandamientos? Jesús mismo es quien da el sentido a nuestras vidas. Él es que da sentido a nuestro cumplimiento. Podemos acostumbrarnos a escuchar frases como «Jesús derramó su sangre, Él lo dio todo por amor…», pero si por un momento lo tomásemos en serio, creo que tocaría profundamente nuestras vidas. Pensemos, por ejemplo, en alguna persona que haya marcado profundamente nuestras vidas. Si nos pidiese algo, lo que fuese, aunque fuera lo más difícil, creo que nos esforzaríamos por hacerlo del mejor modo posible.

Y he ahí el ideal. Cristo da la vida por cada persona. Da la vida por cada uno de nosotros y nos mira y nos dice: «Al menos tú». Cristo es el que da la plenitud a la ley porque pone el amor, porque pone el sentido. No tenemos un Dios distante que nos hace cargar con grandes cargas y mandamientos difíciles. Es un Dios que va a nuestro lado, que toma nuestro yugo, que cruza la puerta estrecha con nosotros, en fin, que nos hace la carga ligera. Es un Dios que nos hace ver que vale la pena amar aunque duela, pues Él mismo dio su vida por cada uno de nosotros.

Pensemos en lo que tiene que pasar una madre de familia. Las desveladas, los días de trabajo intenso, las idas y venidas… y todo por uno de sus hijos. Si le faltase el amor creo que no aguantaría mucho, pero el amor hace a las madres ir hasta el extremo del amor. Y es verdad que la vida del cristiano no es fácil, es verdad que hay que entrar por la puerta estrecha, es verdad que hay que negarnos a nosotros, que hay que tomar la cruz… en fin, todo eso es verdad. Pero también es verdad que el amor todo lo puede. Y es verdad que al final del camino no nos arrepentiremos.

«Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud, declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés».
(Homilía de S.S. Francisco, 15 de febrero de 2015).

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