Mensaje Espiritual

 



Lectura del libro de Jeremías

7, 23-28

 

Así habla el Señor:

Ésta fue la orden que les di a sus padres el día que los hice salir de Egipto: «Escuchen mi voz, así Yo seré su Dios y ustedes serán mi Pueblo; sigan por el camino que Yo les ordeno, a fin de que les vaya bien».

Pero ellos no escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que obraron según sus designios, según los impulsos de su corazón obstinado y perverso; se volvieron hacia atrás; no hacia adelante.

Desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta el día de hoy, Yo les envié a todos mis servidores los profetas, los envié incansablemente, día tras día. Pero ellos no me escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que se obstinaron y obraron peor que sus padres.

Tú les dirás todas estas palabras y no te escucharán; los llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: «Ésta es la nación que no ha escuchado la voz del Señor, su Dios, ni ha recibido la lección. La verdad ha desaparecido, ha sido arrancada de su boca».

 

Palabra de Dios.




Dentro de la dura condena del culto convertido en formulismo vacío, el profeta denuncia sobre todo la sordera de Israel a la voz de Dios, escuchada de modo extraordinario en el Sinaí, en el momento de la alianza. Solamente en la escucha obediente -de hecho, el primer mandamiento comienza con "Escucha, Israel"- el pueblo elegido podrá conocer a su Dios, diferente de otra divinidad o ídolo. Los verdaderos profetas no cesan de exhortar, pero junto a su predicación está la más fácil y cómoda de los falsos profetas.



 

 

SALMO RESPONSORIAL                                              94, 1-2. 6-9

 

R.    ¡Ojalá hoy escuchen la voz del Señor!

 

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,

aclamemos a la Roca que nos salva!

¡Lleguemos hasta Él dándole gracias,

aclamemos con música al Señor! R.

 

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!

¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!

Porque Él es nuestro Dios,

y nosotros, el pueblo que Él apacienta,

las ovejas conducidas por su mano. R.

 

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:

«No endurezcan su corazón como en Meribá,

como en el día de Masá, en el desierto,

cuando sus padres me tentaron y provocaron,

aunque habían visto mis obras». R.

 

 

 




    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

11, 14-23

 

Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Éste expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, exigían de Él un signo que viniera del cielo.

Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- Yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si Yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si Yo expulso a los demonios con la fuerza de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.

Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes.

El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama».

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, dame la gracia de poder estar contigo.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hace unos años atrás un hermano en la Legión me estaba enseñando a soldar. Todo era sencillo cuando él estaba allí, los metales se unían y mis ojos quedaban bien, pero cuando me quedaba solo, era imposible para mí soldar los metales y mis ojos me ardían mucho. Jesús nos dice que quién no esté con Él en la recolecta desparrama la cosecha. Esto me recuerda como yo necesitaba al hermano para poder soldar bien, yo necesitaba a mi mentor.

Cristo es mi mentor y mis soldaduras son mis obras cristianas, porque yo no puedo hacer obras de caridad sin Cristo, jamás las podré hacer si mi corazón está alejado de Dios. Hay una verdad que me debe de llenar de confianza y es que Cristo, mi mentor, nunca me abandonará, que Cristo siempre estará conmigo, y esta consciencia me ayudará que no desparrame en la cosecha, que no falle en el amar.

No ese amor como el de los fariseos que se creían capaces de hacer todo por Dios sin necesidad de Él. Por eso ellos no pudieron ver a Dios, no pudieron ver a Jesús como lo que es, el mentor del amor, mi Dios, nuestro Dios. Seamos unos que caminan con Él, que aman con Él, que somos cristianos solamente con Él.

Que en esta Cuaresma dejemos que nuestro corazón se prepare para Dios con la ayuda de su compañía, que sea Él y sólo Él quien nos enseñe a amar con nuestras obras cristianas. Dejemos que el mentor del amor transforme nuestro corazón.

«Jesús estaba cerca de la gente, estaba en medio de la gente y la misma gente, no le dejaba que se fuera. El Señor no tenía alergia a la gente: tocar a los leprosos, los enfermos no le daban repulsión. Y este ser cercano a la gente, da autoridad. La comparación con los doctores, escribas y sacerdotes es evidente: estos se alejaban de la gente, en su corazón despreciaban a la gente, la pobre gente, ignorante, amaban distinguirse, paseando «n las plazas bien vestidos, con la túnica de lujo. Ellos tenían una psicología clerical: enseñaban con una autoridad clerical. Jesús en cambio estaba cerquísima de la gente y eso le daba autoridad».
(Homilía de S.S. Francisco, 10 de enero de 2017, en santa Marta).

 

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