Liturgia - Lecturas del día

 



Lectura de la carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Roma

9, 1-5

 

Hermanos:

Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza.

Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.

 

Palabra de Dios.



Pablo no puede olvidar sus orígenes. Ese sentido de pertenencia le lleva a expresar un deseo paradójico, iluminador para comprender su personalidad y espiritualidad: «Desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza». No es posible pensar algo más grave, y eso demuestra el amor que alimenta por el pueblo judío. De este pueblo realiza el mayor elogio al recordar, uno tras otro, todos los privilegios que los israelitas recibieron de su Dios hasta el último, el más importante aunque también el más escandaloso: que «de ellos deciende Cristo según su condición humana». El mismo amor que une a Pablo con su pueblo le une a partir de ahora, de una manera definitiva e inseparable, a Jesucristo, su Señor.



 

 

SALMO RESPONSORIAL               147, 12-15. 19-20

 

R.    ¡Glorifica al Señor; Jerusalén!

 

¡Glorifica al Señor, Jerusalén,

alaba a tu Dios, Sión!

Él reforzó los cerrojos de tus puertas

y bendijo a tus hijos dentro de ti. R.

 

Él asegura la paz en tus fronteras

y te sacia con lo mejor del trigo.

Envía su mensaje a la tierra,

su palabra corre velozmente. R.

 

Revela su palabra a Jacob,

sus preceptos y mandatos a Israel:

a ningún otro pueblo trató así

ni le dio a conocer sus mandamientos. R

 

 

 


 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

14, 1-6

 

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Delante de Él había un hombre enfermo de hidropesía.

Jesús preguntó a los doctores de la Ley y a los fariseos: «¿Está permitido sanar en sábado o no?» Pero ellos guardaron silencio.

Entonces Jesús tomó de la mano al enfermo, lo sanó y lo despidió. Y volviéndose hacia ellos, les dijo: «Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su hijo o su buey, ¿acaso no lo saca enseguida, aunque sea sábado?»

A esto no pudieron responder nada.

 

Palabra del Señor.

 



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Concédeme la gracia, Señor, de preparar mi corazón para recibirte y maravillarme con la obra que realizaras en mí.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

El santo Evangelio nos muestra como Jesús entra en la casa de uno de los principales fariseos para comer. Bien sabemos que, aunque le recibían, sus intenciones no eran buenas tal como lo muestran las siguientes líneas «y ellos le estaban espiando». Jesús conoce los corazones de cada uno de nosotros, por eso debemos hacer énfasis en la acción de Jesús «entró en la casa» y nos pregunta, ¿es lícito que te sane hoy? Él ha venido para sanar nuestras enfermedades, aquellas que hemos cargado durante mucho tiempo – odio o rencor contra nosotros mismos o contra otra persona; miedos, arraigos a malos hábitos o pecados, etc.

Jesús hoy quiere sanarnos, sólo espera que veamos que está en nuestra casa – en nuestro corazón – y lo único que espera es que le dejemos actuar sin juzgar lo que hace, Él sabe muy bien cuán frágil somos, y por eso se acerca – entra – con misericordia para sanarnos.

«Hay algo que es claro, no podemos seguir dándole la espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra. No nos es lícito ignorar lo que esta sucediendo a nuestro alrededor como si determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra realidad. No nos es lícito, más aún, no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte».

(Discurso de S.S. Francisco, 8 de julio 2015).

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