¿Por quién doblan las campanas?

  


 

Por nosotros, cuando los hemos visto partir,

y nos han dejado luchando con lágrimas

e inmersos en la pena.

Suenan las campanas, en tañido pausado,

porque sentimos que la vida, lejos de detenerse, avanza,

irremediablemente avanza restando días

a los días que quedan en nuestra agenda.

Doblan las campanas, pero tan sólo en la tierra,

porque en el cielo, suenan trompetas festivas,

acordes de triunfo con música de felices reencuentros.

Porque, en el cielo, no doblan las campanas.

Lo hacen en la tierra, cuando los despedimos.

Repiquetean en nuestro corazón, por haberlos querido.

Interpelan en la conciencia,

si no hemos estado a la altura de las circunstancias.

 

¿Por quién doblan las campanas?


Tocan para que no los olvidemos.

Repican porque, somos los vivos,

los necesitados en un mundo

huérfano de sonidos de esperanza.

Es sonar que llama a la oración y al agradecimiento

Es convocatoria, hoy por ustedes,

y, tal vez mañana, por aquellos que hoy las escuchamos.

¡Que redoblen las campanas!

Porque, nuestro trabajo, ha merecido le pena.

nuestra siembra, ha sido fecunda.

nuestra presencia, fructífera.

nuestra ausencia, insustituible y sentida.


 

¿Por quién suenan las campanas?


Tañen las campanas, en la ciudad de los vivos,

en la orilla de aquellos cuyo corazón sigue latiendo.

Tañen las campanas, porque necesitamos recordarlos

y, no olvidar, que la eternidad nos espera.

Tocan las campanas por ti, padre, que fuiste consejo.

Tocan las campanas por ti, madre, que me diste la vida.

Tocan las campanas por ti, joven,

que no viste los ideales cumplidos.

Tocan las campanas por ti, niño,

que no conociste la maldad.

Tocan las campanas por ti, anciano,

que fuiste pozo de sabiduría.

Tocan las campanas por ti, sacerdote,

que anunciaste el Reino de Dios.

Tocan las campanas por ti, pequeño,

que no te dejaron nacer.

 

¿Por quién tocan las campanas?


¿Por los que marcharon o por los que aquí quedamos?

Suenan por todos y para todos.

Por los que ya no pueden hablar, y tanto nos dijeron.

Por los que ya no pueden amar, y ¡cuánto nos amaron!

Por los que creyeron, y nos enseñaron a confiar en Dios.

Por los que esperaron, y nos invitaron a no desesperar.

Suenan, las campanas, por ustedes –queridos difuntos-,

pero suenan para que no olvidemos

que un día, también con ustedes,

estamos llamados a compartir la misma suerte:


Morir para resucitar.

 

P. Javier Leoz

 


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