Liturgia - Lecturas del día




 Lectura del libro del Eclesiástico

48, 1-4. 9-11

Surgió como un fuego el profeta Elías,

su palabra quemaba como una antorcha.

Él atrajo el hambre sobre ellos

y con su celo los diezmó.

Por la palabra del Señor, cerró el cielo,

y también hizo caer tres veces fuego de lo alto.

¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios!

¿Quién puede jactarse de ser igual a ti?

Tú fuiste arrebatado en un torbellino de fuego.

en un carro con caballos de fuego.

De ti está escrito que en los castigos futuros

aplacarás la ira antes que estalle,

para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos

y restablecer las tribus de Jacob.

¡Felices los que te verán

y los que se durmieron en el amor,

porque también nosotros poseeremos la vida!

 

Palabra de Dios.



Jesús ben Sirac, escribió en una época en que la tendencia «ecuménica» del helenismo ponía en peligro la existencia del judaísmo. ¿Por qué los judíos van a envidiar las conquistas del pensamiento griego, siendo así que poseen la auténtica Sabiduría? Los capítulos 40 al 55 hacen el elogio de los antepasados. Pero, en realidad, a quien se celebra es a Dios. Si los padres perviven en la memoria de los hombres, es porque permitieron al Espíritu de Dios actuar en ellos. Así Elías, que fue un profeta de fuego, condenó la impiedad de los reyes de Israel y defendió el honor de Yahvé contra los cultos extranjeros. Dios le hizo subir junto a sí y lo erigió en «reserva de mesianismo». Al final de los tiempos, había de volver para preparar la visita de Yahvé.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                                  79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19

 

R.    ¡Restáuranos, Señor; y seremos salvados!

 

Escucha, Pastor de Israel,

Tú que tienes el trono sobre los querubines,

resplandece, reafirma tu poder

y ven a salvamos. R.

 

Vuélvete, Señor de los ejércitos,

observa desde el cielo y mira:

ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano,

el retoño que Tú hiciste vigoroso. R.

 

Que tu mano sostenga al que está a tu derecha,

al hombre que Tú fortaleciste,

y nunca nos apartaremos de ti:

devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. R.

 

 

 



    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Mateo

17, 10-13

 

Los discípulos preguntaron a Jesús:

«¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?»

Él respondió: «Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así también harán padecer al Hijo del hombre». Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.

 

Palabra del Señor.

 



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Concédeme la gracia, Señor, de entender y hacer vida lo que me pides.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En pocos días celebraremos la solemnidad de la natividad de nuestro Señor, y el Evangelio de hoy nos invita a reconocer los signos de los tiempos; también hace ver la necesidad de una persona que ayude a comprender aquello que no está al alcance.

Surge la pregunta: ¿Cómo podemos reconocer estos signos? Y la respuesta surge de manera inmediata, cuando leemos en el Evangelio que los discípulos entendieron la explicación de Jesús: Elías había vuelto, pero no lo reconocieron. También el mismo Bautista había mostrado a Simón, Andrés, Santiago y Juan que Jesús era el Cordero de Dios, pero ellos tampoco comprendieron en ese momento lo que esto implicaba.

Es en esta dinámica que se puede reconocer lo que Dios nos pide, para esto hay que ayudarse de quienes viven una vida cristina, buscando constantemente crecer en nuestra relación personal con Cristo – al igual que los discípulos -, mediante una vida sacramental y de oración que lleve al amor y servicio a los demás.

«Queridos amigos, pidamos a la Virgen María por todos los educadores, especialmente por los sacerdotes y los padres de familia, a fin de que sean plenamente conscientes de la importancia de su papel espiritual, para fomentar en los jóvenes, además del crecimiento humano, la respuesta a la llamada de Dios, a decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”».
(S.S Benedicto XVI, Ángelus el 15 de enero de 2012).

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