Lecturas de hoy




Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a Timoteo

6, 13-16

 

Querido hijo:

Yo te ordeno delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y delante de Cristo Jesús, que dio buen testimonio ante Poncio Pilato: observa lo que está prescrito, manteniéndote sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo, Manifestación que hará aparecer a su debido tiempo

el bienaventurado y único Soberano,

el Rey de los reyes y Señor de los señores,

el único que posee la inmortalidad

y habita en una luz inaccesible,

a quien ningún hombre vio ni puede ver.

¡A Él sea el honor y el poder para siempre! Amén.

 

Palabra de Dios.

 


Cumplir fiel e irreprochablemente todo lo mandado. Esto no es otra cosa sino dar un testimonio de la fe y de la verdad que profesamos en Cristo Jesús. Él, ante Poncio Pilato al declararse Rey, Rey Mesías y testigo de la verdad a pesar de llegar a ser considerado un loco soñador, se convirtió para nosotros en modelo de cómo hemos de dar testimonio de nuestra fe y de la aceptación de Aquel que es la Verdad.

El perseverar en ese testimonio a pesar de las burlas, persecuciones y peligros, debe brotar en nosotros al saber que en la venida de nuestro Señor Jesucristo nosotros participaremos de la luz inaccesible del mismo Dios, no sólo para contemplarlo, sino para gozarnos en Él eternamente. Por eso, ya desde ahora nuestra vida se ha de convertir en un reconocimiento constante del honor que merece, y de su poder salvador, de tal forma que toda nuestra vida sea una continua glorificación de su santo Nombre.






 

SALMO RESPONSORIAL                99, 1b-5

 

R.    ¡Lleguemos hasta el Señor cantando himnos de gozo!

 

Aclame al Señor toda la tierra,

sirvan al Señor con alegría,

lleguen hasta Él con cantos jubilosos. R.

 

Reconozcan que el Señor es Dios:

Él nos hizo y a Él pertenecemos;

somos su pueblo y ovejas de su rebaño. R.

 

Entren por sus puertas dando gracias,

entren en sus atrios con himnos de alabanza,

alaben al Señor y bendigan su Nombre. R.

 

¡Qué bueno es el Señor!

Su misericordia permanece para siempre,

y su fidelidad por todas las generaciones. R.

 

 

 


 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

8, 4-15

 

Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, Él les dijo, valiéndose de una parábola: «El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo. Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar: se secó por falta de humedad. Otra cayó entre las espinas, y éstas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron. Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno». Y una vez que dijo esto, exclamó: «¡El que tenga oídos para oír ,que oiga!»

Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola, y Jesús les dijo: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender.

La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios. Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.

Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás.

Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar. Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia».

 

Palabra del Señor.





Salió a sembrar



.... Dios no quiere que seamos terrenos estériles, ni que sólo nos conformemos con aceptar por momentos su Palabra; Él nos quiere totalmente comprometidos con su Evangelio, de tal forma que, sin importar las persecuciones, manifestemos que esa Palabra es la única capaz de salvarnos y de darle un nuevo rumbo a la historia.

Siempre estará el maligno acechando a la puerta de la vida de los creyentes para hacerlos tropezar, pues no quiere que creamos ni nos salvemos; al igual podrá entrar en nosotros el desaliento cuando ante las persecuciones perdamos el ánimo para no comprometernos y evitar el riesgo de ser señalados, perseguidos e incluso asesinados por el Nombre de Dios; finalmente los afanes, las riquezas y placeres de la vida nos pueden embotar de tal forma que, tal vez seamos personas que acuden constantemente a la celebración litúrgica, pero sin el compromiso, sin renovar la alianza que nos hace entrar en comunión con el Señor y nos hace fecundos en buenas obras.

Permanezcamos firmemente anclados en el Señor, de tal forma que, no nosotros, sino su Espíritu en nosotros, nos haga tener la misma fecundidad salvífica que procede de Dios y que hace de su Iglesia un pueblo donde abunde la Justicia, la verdad, el amor fraterno, la paz y la alegría, fruto del Espíritu de Dios que actúa en nosotros.

Quienes nos consideramos discípulos de Cristo, nos hemos reunido en esta Eucaristía para que el Señor nos dé a conocer los secretos del Reino de Dios, pues Él sabe que somos un terreno fértil capaz de esforzarnos por hacer que su Palabra vaya poco a poco produciendo el fruto deseado.

La Palabra de Dios no produce fruto de un modo violento. Hay que armarse de paciencia de ánimo para trabajar constantemente por el Señor, a pesar de que, al paso del tiempo pareciera que el cambio en el corazón de nuestros hermanos se genera con demasiada lentitud.

No debemos desesperar, sabiendo que, incluso en el campo el sembrador siembra la semilla y tendrá que esperar las lluvias tempranas y tardías y, después de mucha paciencia y cuidado, finalmente podrá recoger el fruto, esfuerzo de sus desvelos.

El Señor nos comunica, en esta Eucaristía, su misma Vida y su mismo Espíritu. Permitámosle crecer en nosotros. No vengamos como sordos de los oídos y del corazón; vengamos como discípulos que en verdad creen en el Señor y se dejan instruir y conducir por Él para convertirse en Misioneros, en portadores de Cristo para todos los pueblos.

 


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