Evangelio cotidiano / Semana 2ª del tiempo Ordinario
Evangelio según san Marcos 3, 7-12
En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante Él y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero Él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
Palabra del Señor.
“¡Tú eres el Hijo de Dios!”
En casa debe haber una Biblia o un ejemplar del Nuevo Testamento. Les propongo que lo busquen y se fijen en los mapas bíblicos, de un modo particular aquel que dice “La Palestina en tiempos de Jesús”.
Allí encontramos las ciudades y regiones que el texto evangélico de Marcos nos ofrece hoy. Existe, por lo tanto, una geografía de la Salvación. Existe, sin dudarlo, nuestra propia geografía de la Salvación: allí donde nacemos, donde nos movemos, donde construimos, donde trabajamos, donde amamos. En ella “pasa” Jesús, camina nuestra geografía y nuestra historia.
Nosotros hoy hacemos la misma experiencia: reconocemos a Jesús como el Hijo de Dios, con todas las explicaciones y aplicaciones que se han ido tejiendo a lo largo de los siglos, ayudados por personas dedicadas al estudio bíblico, a la teología, a la pastoral. Pero nuestra fe nos hace reconocerlo una y otra vez y lo más sorprendente, nos hace discípulos de él. Este es nuestro empeño de hoy.
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