Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 7-11



Juan Bautista predicaba, diciendo:
«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo».
En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre Él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Jesús no necesita el bautismo de Juan. Los dos lo saben bien. Sin embargo, Jesús se hace bautizar para cumplir lo que Dios quiere. ¿qué te dice esta actitud de Jesús? ¿qué le dices?

 El Padre desde el cielo proclamó: "Este es mi Hijo, mi preferido". Jesús es hombre como nosotros, pero también es el Hijo, el Hijo de Dios, Dios mismo. No podemos pensar que Jesús sólo es un hombre excepcional, ejemplar.
Estas palabras también tienen que resonar en nuestro corazón. Dios Padre nos dice continuamente: "Tú eres mi hijo", "Tú también eres mi preferido", porque el  amor de Dios es tan grande que puede amarnos a todos con predilección. Escuchemos en nuestro interior estas palabras del Padre.

 Si Dios te repite "Tú eres mi hijo" ¿cuál es tu respuesta?
     "Tú eres mi Padre, nada me puede faltar"
     "Confío en ti, Padre"
     "Dame Señor un corazón de hermano"

Gracias, Cristo, porque al nacer, te acercaste a nuestro mundo; y en tu Bautismo te haces solidario con nosotros, pecadores, para cargar con el peso de nuestras culpas, para darnos tu fuerza.

Gracias, Cristo, porque no has venido a ser servido, sino a servir, a servirme; porque no quebrarás la caña cascada ni apagarás el pábilo vacilante; porque cuentas con la fuerza de los débiles, con la riqueza de los pobres, con la bondad de los pecadores, con la sabiduría de los ignorantes, con la grandeza de los pequeños. No te sirven los que se creen fuertes, ricos, santos, sabios y grandes. Gracias por contar conmigo.

Gracias, Padre, porque en nuestro bautismo y cada vez que abrimos el corazón nos dices: Tú eres mi hija amada. Tú eres mi hijo más querido. Gracias por tu amor de Padre, por tu ternura de Madre.

Gracias, Espíritu Santo, porque transformas nuestro corazón, para que sigamos el camino del servicio, como Jesús; para instaurar un orden nuevo, un derecho nuevo, donde todos sean respetados y queridos; para que los pobres, los enfermos y todos los que sufren sientan como tu amor los libera.

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Un día apareció un hombre en el horizonte
y reavivó las ascuas de nuestra esperanza dormida.

Un día apareció un hombre que tenía magia en la voz,
calor en sus palabras y embrujo en su mensaje.

Un día apareció un hombre con la esperanza en sus gestos,
con la fuerza de su ser y con un corazón grandísimo.

Un día apareció un hombre, que hablaba cual ninguno,
invitándonos a cambiar de vida y convertirnos.

Un día vino un hombre que rompió nuestros esquemas
para hacernos soñadores, tiernos y libres.

Un día apareció un hombre tan sencillo y humilde
que nunca se consideró el centro de sus actuaciones.

Un día apareció un hombre que entabló un diálogo sincero
porque no buscaba ni ensalzarse ni engañarnos.

Un día apareció un hombre que tomó la iniciativa
y abrió una brecha en nuestra vida e historia.

Un día apareció un hombre que se acercó
a los más pobres y marginados de sus hermanos.

Un día apareció un hombre que nos invitó
a ser sus discípulos y a confiar en Dios.

Un día apareció un hombre que nos dio la capacidad
Y nos enseñó el camino para ser hijos de Dios.

Un día apareció un hombre, en su pueblo,
no pudo realizar milagros porque no había fe.

Un día apareció un hombre tan cercano y transparente
Que todo él era reflejo y presencia de Dios.

Un día viniste tú, Jesús.
Ven hoy también, Señor.

Florentino Ulibarri

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