Lectura del libro del Deuteronomio 26, 16-19



Moisés habló al pueblo diciendo:
Hoy el Señor, tu Dios, te ordena practicar estos preceptos y estas leyes. Obsérvalas y practícalas con todo tu corazón y con toda tu alma.
Hoy tú le has hecho declarar al Señor que Él será tu Dios, y que tú, por tu parte, seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus leyes, y escucharás su voz.
Y el Señor hoy te ha hecho declarar que tú serás el pueblo de su propiedad exclusiva, como Él te lo ha prometido, y que tú observarás todos sus mandamientos; que te hará superior -en estima, en renombre y en gloria- a todas las naciones que hizo; y que serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, como Él te lo ha prometido.

Palabra de Dios.




“Serás un pueblo consagrado al Señor tu Dios”. Para esto es necesario cumplir en todo momento la ley del Señor, su voluntad. Dios exigió a su pueblo elegido, por la alianza, la fidelidad, la adhesión total cuyo signo es la obediencia a sus mandatos. La recompensa a esa fidelidad era precisamente ser el pueblo santo del Señor. La alianza es una realidad siempre actual. No se trata de vivir dentro de la economía antigua; pero el pasado nos sirve para definir mejor el presente, puesto que las maravillas pasadas no cesan de renovarse en la actualidad. En cada uno de los fieles vuelve a activarse el drama del desierto, con sus beneficios y sus murmuraciones, sus bendiciones y sus alternativas; a cada uno le corresponde, por tanto elegir entre amar a Dios y obedecerle o  desobedecerle y olvidarle. La recompensa prometida por Dios a quienes le sirven y le obedecen es la vida feliz y la gloria. Así pues, la ley no es tanto una serie de preceptos cuanto una actitud religiosa: «Yo seré para ti tu Dios y tú serás para Mí mi pueblo»

P. Juan R. Celeiro

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