Lectura de la profecía de Joel 2, 12-18




Ahora dice el Señor:
Vuelvan a mí de todo corazón,
con ayuno, llantos y lamentos.
Desgarren su corazón y no sus vestiduras,
y vuelvan al Señor, su Dios,
porque Él es bondadoso y compasivo,
lento para la ira y rico en amor,
y se arrepiente de sus amenazas.
¡Quién sabe si Él no se volverá atrás y se arrepentirá,
y dejará detrás de sí una bendición:
la ofrenda y la libación
para el Señor, su Dios!

¡Toquen la trompeta en Sión,
prescriban un ayuno,
convoquen a una reunión solemne,
reúnan al pueblo,
convoquen a la asamblea,
congreguen a los ancianos,
reúnan a los pequeños
y a los niños de pecho!
¡Que el recién casado salga de su alcoba
y la recién casada de su lecho nupcial!
Entre el vestíbulo y el altar
lloren los sacerdotes, los ministros del Señor,
y digan: «¡Perdona, Señor, a tu pueblo,
no entregues tu herencia al oprobio,
y que las naciones no se burlen de ella!
¿Por qué se ha de decir entre los pueblos:
Dónde está su Dios?»
El Señor se llenó de celos por su tierra
y se compadeció de su pueblo.

Palabra de Dios.



Joel nos presenta un texto cargado de penitencia: ayuno, llanto, luto… Sin embargo, leído pausadamente, dejando que cada verso cale en nuestro interior, nos llama la atención que el que es voz de Dios nos está diciendo que nos convirtamos y que lo hagamos de corazón, desde dentro. Es decir, nos interpela a que siendo cristianos nos convirtamos al cristianismo. ¿De dónde procede el nombre de la religión que profesamos? De Cristo. Entonces, ¿siendo cristiano puedes convertirte a Cristo? Eso es lo que pretende decirnos cuando dice que nos rasguemos los corazones y no las vestiduras. Si estamos dispuestos a convertirnos a Cristo de corazón, entonces sí tienen sentido todos los signos externos que hagamos. De otra manera ayunar, llorar o ir cubierto de saco y ceniza sería lo mismo que no hacer nada. Cuando nos convertimos a Cristo, nuestro corazón late sincronizado con el de Dios y sentimos de nuevo la alegría de la salvación.


P, Juan R. Celeiro


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