Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 27-32



Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y sus escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: «¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?»
Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, para que se conviertan».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

No soy cristiano porque me apetece o por que me va bien. Como un día a Leví, Jesús me llama a mi por mi nombre y yo intento seguirlo, con la ayuda del Espíritu Santo.

Mi ser cristiano no se realiza en una comunidad de justos, de salvados, de redimidos. Mi ser discípulo se desarrolla, desde la Iglesia comunidad de discípulos, en medio de los hombres y de las mujeres, continuando la misión de Jesús que “no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores”.

Intento vivir esta cuaresma como una llamada de Jesús a la conversión, al cambio.

Señor, hoy he escuchado tus golpes a mi puerta,
fuertes pero delicados,
inesperados pero inconfundibles
("He aquí que estoy a la puerta y llamo":
"Ya es hora de despertar").

Puedo dar un nuevo giro a la llave
y atrancar por dentro
(no sería la primera vez).

Tú seguirías a mi puerta, cubierto de rocío,
esperando,
respetando mi libertad,
y yo iría perdiendo sensibilidad
para percibir el timbre de tu voz,
la fuerza insobornable de tus latidos
en el silencio de la noche.

Señor, no quiero seguir adormilado,
no me resigno a que despierte sólo
mi "yo superficial":
el yo de los sentidos y de las apariencias,
el yo que vive a flor de piel,
el yo que muere y se deshace,
el que no pasa la frontera.

Sacude las raíces más hondas de mi ser,
y haz que abra los ojos
ese "yo profundo" donde tú habitas
y te revelas,
donde resuena tu palabra
llamando a la conversión,
donde se realiza misteriosamente
la comunión de alma contigo.

Que no me quede en la corteza, Señor.
Enséñame a gritarte desde lo hondo,
a escucharte desde lo hondo,
a contemplarte con "los ojos del corazón",
a esperar como el guardián que no duerme
o como las vírgenes que esperan
con las lámparas encendidas.

Que toda mi historia, Señor,
se vaya convirtiendo en una vigilia
cada vez más clara, más lúcida, más luminosa.
Gracias a que tu cercanía acorta las distancias
y destruye la oscuridad.

Enséñame a reconocer tus señales
y a convivir contigo en la morada secreta
para poder luego darme a los hermanos.
Te lo pido para mí
y para todos y cada uno de ellos. Amén

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