Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 8, 11-13



Llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con Jesús; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo».
Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Jesús curaba ciegos, rengos, mudos... Jesús da de comer a miles de personas con unos pocos panes... Jesús espabila la esperanza de los tristes, levanta a los que se caen... Sin embargo para los fariseos no es suficiente. Por eso, piden a Jesús un signo del cielo.

A veces también nosotros somos así. Hemos visto la luz de Dios en algunos momentos, hemos sentido su amor en nuestro corazón... Pero no nos basta. Y estamos pidiendo continuamente a Dios que se nos manifieste, que nos de pruebas de su existencia, de su cercanía, de la vocación a la que nos llama...

Bajo las olas agitadas del odio,
¡cuánta bondad, Señor,
y cuánto amor hay en nuestro mundo!

El bien queda oculto
a las miradas superficiales
y sólo se descubre
con los ojos del corazón.

Hay que sanar el corazón
para poder contemplar las maravillas del Espíritu.

Sorprender al pobre que da a otro pobre
la moneda que él necesitaba para vivir;
encontrar a la mujer que ya ha perdonado
a quien acaba de asesinar a su hijo;
conocer al apóstol
que deja a su padre y a su madre,
que abandona su casa, su lengua, su cultura, su país
y marcha para siempre
a anunciar la Buena Nueva a los pobres.

Señor, ilumina los ojos de nuestro espíritu,
descúbrenos las maravillas que realizas
continuamente en nosotros
y enséñanos a cantar el magnificat
de acción de gracias
para alabanza de tu gloria.
Amén.

Ángel Sanz Arribas, cmf.

Y, hoy como ayer, Jesús suspira profundamente... y marcha a otra parte.

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