Lectura de la profecía de Oseas 6, 1-6



«Vengan, volvamos al Señor:
Él nos ha desgarrado, pero nos sanará;
ha golpeado, pero vendará nuestras heridas.
Después de dos días nos hará revivir,
al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia.
Esforcémonos por conocer al Señor:
su aparición es cierta como la aurora.
Vendrá a nosotros como la lluvia,
como la lluvia de primavera que riega la tierra».

¿Qué haré contigo, Efraím?
¿Qué haré contigo, Judá?
Porque el amor de ustedes es como nube matinal,
como el rocío que pronto se disipa.
Por eso los hice pedazos por medio de los profetas,
los hice morir con las palabras de mi boca,
y mi juicio surgirá como la luz.
Porque Yo quiero amor y no sacrificios,
conocimiento de Dios más que holocaustos.

Palabra de Dios.



Dios llama a nuestro corazón y reclama corazones sinceros y fuertes. Corazones de hombres dispuestos, disponibles y valientes. Hombres comprometidos y coherentes de palabra y de obra. Hombres que “vivan“ y ayuden a vivir. Hombres que no enarbolen banderas o alcen la voz para después diluirse en la masa hasta desaparecer, que no se dejen arrastrar por ritos, fórmulas, formas, modas, cumplimientos… olvidándose de las personas. Hombres que vayan “más allá”, auténticas “estrellas” (que no “cometas”) que alumbren en la oscuridad. Hombres para servir y para amar, cercanos y atentos, capaces de leer en los ojos del otro, justos y libres. Hombres que, conscientes de su humanidad, de su imperfección, de su limitación… luchan, caen, se levantan, vuelven a caer… pero no se rinden, sino que agradecen y confían. Su fuerza está en Dios. Y miran hacia lo más alto, buscando su mirada, porque desean verlo, conocerlo y sentirlo, en lo más profundo de su ser… porque les va en ello la auténtica vida. Hombres… ávidos de Dios.

P. Juan R. Celeiro

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