Lecturas del día






Lectura del libro de Job
3, 1-3. 11-17. 20-23

Job rompió el silencio y maldijo el día de su nacimiento. Tomó la palabra y exclamó:
¡Desaparezca el día en que nací
y la noche que dijo: «Ha sido engendrado un varón»!

¿Por qué no me morí al nacer?
¿Por qué no expiré al salir del vientre materno?
¿Por qué me recibieron dos rodillas
y dos pechos me dieron de mamar?
Ahora yacería tranquilo,
estaría dormido y así descansaría,
junto con los reyes y consejeros de la tierra
que se hicieron construir mausoleos,
o con los príncipes que poseían oro
y llenaron de plata sus moradas.
O no existiría, como un aborto enterrado,
como los niños que nunca vieron la luz.
Allí, los malvados dejan de agitarse,
allí descansan los que están extenuados.

¿Para qué dar a luz a un desdichado
y la vida a los que están llenos de amargura,
a los que ansían en vano la muerte
y la buscan más que a un tesoro,
a los que se alegrarían de llegar a la tumba
y se llenarían de júbilo al encontrar un sepulcro,
al hombre que se le cierra el camino
y al que Dios tiene acorralado por todas partes?

Palabra de Dios.


Hoy en esta lectura se habla del "ángel" que Dios envía delante de Israel. Es una manera de decir que Dios protege y guía a los suyos valiéndose de innumerables intermediarios, visibles e invisibles. Se llena nuestro corazón de confianza en Dios, al reflexionar sobre esta realidad de su amor que no sólo no nos abandona, sino que está pendiente de todo lo que necesitamos. Tomemos conciencia que Dios va delante nuestro mostrándonos el camino seguro. ¡Señor qué paternal es tu amor por cada uno de nosotros!



SALMO RESPONSORIAL                 87, 2-8

R.    ¡Que mi plegaria llegue a tu presencia, Señor!

¡Señor, mi Dios y mi salvador,
día y noche estoy clamando ante ti:
que mi plegaria llegue a tu presencia;
inclina tu oído a mi clamor! R.

Porque estoy saturado de infortunios,
y mi vida está al borde del Abismo;
me cuento entre los que bajaron a la tumba,
y soy como un hombre sin fuerzas. R.

Yo tengo mi lecho entre los muertos,
como los caídos que yacen en el sepulcro,
como aquéllos en los que Tú ya ni piensas,
porque fueron arrancados de tu mano. R.

Me has puesto en lo más hondo de la fosa,
en las regiones oscuras y profundas;
tu indignación pesa sobre mí,
y me estás ahogando con tu oleaje. R.




    Lectura del santo Evangelio
según san Mateo
18, 1-5. 10

Los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?»
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial».

Palabra del Señor. 


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Los ángeles son seres personales y espirituales (no corporales), servidores y mensajeros de Dios.

A lo largo del antiguo Testamento, los encontramos, anunciando la salvación y sirviendo al designio divino de su realización: protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos.

En el Nuevo Testamento, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús (cf Lc 1, 11.26), protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43). Son también los ángeles quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo.

Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) a la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 1013) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida" (S. Basilio, Eun. 3, 1).

Pedimos a Dios que nos dé un corazón de niño, para acoger esta doctrina, expuesta en el Catecismo de la Iglesia Católica.
Agradecemos a Dios su amor y protección, manifestados en la cercanía de los ángeles.
Pidámosle que también nosotros seamos ángeles buenos: servidores y mensajes de Dios, protectores de la vida de los hermanos.

Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día.

Aunque eres espíritu invisible, sé que te hallas a mi lado, escuchas mis oraciones y cuentas todos mis pasos.

En las sombras de la noche, me haces sentir tranquilo, cuando tiendes sobre mi pecho las alas de tu ternura.

Ángel de Dios, que yo escuche tu mensaje y que lo siga, que vaya siempre contigo hacia Dios, que me lo envía.

Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu fiel custodia, gracias por tu compañía.

Tú que eres fiel custodio, enséñame tu santo oficio, para que sepa cuidar la creación y a las personas que pones en mi camino.

En presencia de los Ángeles, suba al cielo nuestro canto: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Amén.



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