Lecturas del día
Lectura del libro de Job
42, 1-3. 5-6. 12-17
Job respondió al Señor diciendo:
«Yo sé que Tú lo puedes todo
y que ningún proyecto es irrealizable para ti.
Sí, yo hablaba sin entender,
de maravillas que me sobrepasan y que ignoro.
Yo te conocía sólo de oídas,
pero ahora te han visto mis ojos.
Por eso me retracto,
y me arrepiento en el polvo y la ceniza».
El Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. Él llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo además siete hijos y tres hijas. A la primera la llamó “Paloma”, a la segunda “Canela”, y a la tercera “Sombra para los párpados”. En todo el país no había mujeres tan hermosas como las hijas de Job. Y su padre les dio una parte de herencia entre sus hermanos.
Después de esto, Job vivió todavía ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Job murió muy anciano y colmado de días.
Podemos descubrirnos ante Job y maravillarnos con él. Reconocer junto con él, que Dios lo puede todo. Job ha hecho un largo recorrido, adentrándose en duras situaciones personales. Llega a comprender como Dios se esconde para hacerse buscar y para que podamos encontrarle debemos reconocernos pequeños, por nuestras limitaciones y cegueras. Pero al abrirse nuestros ojos y ver, llegaremos a admitir también “Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos”. Los ojos del alma abierta a Dios que son los que realmente nos permiten ver las cosas tal y como han sido creadas, su principio y su fin. El sufrimiento es algo que nadie puede esperar, pero a su vez lo podemos ver como una siembra, un camino en el que el amor se revele, desprendiéndonos de nosotros para poder así, darnos a los demás. El problema de Job es un problema de amor, pero del que sale victorioso al ser fiel hasta el fin. Satán había apostado con Dios que no había ningún amor gratuito y Job ha conseguido probar, que, cuando el amor del hombre es atraído por el de Dios, este es capaz de alcanzar una entrega total.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 118, 67. 71. 75. 91. 125. 130
R. ¡Brille sobre mí la luz de tu rostro, Señor!
Enséñame la discreción y la sabiduría,
porque confío en tus mandamientos.
Me hizo bien sufrir la humillación,
porque así aprendí tus preceptos. R.
Yo sé que tus juicios son justos, Señor,
y que me has humillado con razón.
Todo subsiste hasta hoy conforme a tus decretos,
porque todas las cosas te están sometidas. R.
Yo soy tu servidor: instrúyeme,
y así conoceré tus prescripciones.
La explicación de tu palabra ilumina
y da inteligencia al ignorante. R.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
10, 17-24
Al volver los setenta y dos de su misión, dijeron a Jesús llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».
Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo».
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeños. SI, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»
Palabra del Señor.
¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Has escondido a los sabios... has revelado a la gente sencilla. Dios se quiere revelar a todos, pero no todos están abiertos. Sólo podemos ser cristianos desde la sencillez, desde la humildad. Si creemos que lo podemos todo ¿qué vamos a pedir? Si pensamos que lo sabemos todo ¿qué puede enseñarnos Dios? El Adviento nos invita a ser como niños, que no tienen nada propio, que tienen que aprenderlo todo.
"Señor, danos un espíritu de niño"
"Señor, cura nuestra prepotencia"
Nadie conoce al Padre si no aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar. Hasta que llegó Jesús, la humanidad imaginó a Dios de muchas formas: con cara de juez sin misericordia, de relojero que pone en marcha el universo, de ser inmutable sin sentimientos... A partir de Jesús sabemos que la entraña de Dios es el Amor, la Misericordia, el Perdón, la Entrega... Es verdad que nunca conoceremos a Dios completamente, pero el conocimiento que ahora tenemos es mucho más ajustado.
"Gracias Padre por darte a conocer"
"Espíritu Santo, ayúdame a conocer cada día mejor al Padre"
"Borra, Jesús, las falsas imágenes que todavía tengo de Dios"
Concédenos, Señor, tu alegría insobornable.
La diversión tiene precio y propaganda
y sus mercaderes son expertos.
Se alquila la evasión fugaz
con sus rutas exóticas y vanas.
Se bebe el gozo con tarjetas de crédito
y se estruja como un vaso desechable.
Pero tu alegría no tiene precio,
ni podemos seducirla.
Es un don para ser acogido y regalado.
Concédenos, Señor, tu alegría sorprendente.
Más unida al perdón recibido
que a la perfección farisaica de las leyes.
Encontrada en la persecución por el reino,
más que en el aplauso de los jefes.
Crece al compartir lo mío con los otros,
y se muere al acumular lo de los otros como mío.
Se ahonda al servir a los criados de la historia,
más que al ser servidos como maestros y señores.
Se multiplica al bajar con Jesús al abismo humano,
se diluye al trepar sobre cuerpos despojados.
Se renueva al apostar por el futuro inédito,
se agota al acaparar las cosechas del pasado.
Tu alegría es humilde y paciente
y camina de la mano de los pobres.
Concédenos, Señor, la “perfecta alegría”.
La que mana como una resurrección fresca
entre escombros de proyectos fracasados.
La que no logran desalojar de los pobres
ni la cárcel de los sistemas sociales
ni los edictos arbitrarios de los amos.
La decepción más honda y golpeada
no puede blindarnos para siempre
contra su iniciativa inagotable.
Tu alegría es perseguida y golpeada,
pero es inmortal desde tu Pascua.
Concédenos, Señor, la sencilla alegría.
La que es hermana de las cosas pequeñas,
de los encuentros cotidianos
y de las rutinas necesarias.
La que se mueve libre entre los grandes,
sin uniforme ni gestos entrenados,
como brisa sin amo ni codicia.
Tu alegría es confiada y veraz,
ve la más pequeña criatura amada por ti,
con un puesto en tu corazón y en tu proyecto.
Benjamín González Buelta, sj
Has escondido a los sabios... has revelado a la gente sencilla. Dios se quiere revelar a todos, pero no todos están abiertos. Sólo podemos ser cristianos desde la sencillez, desde la humildad. Si creemos que lo podemos todo ¿qué vamos a pedir? Si pensamos que lo sabemos todo ¿qué puede enseñarnos Dios? El Adviento nos invita a ser como niños, que no tienen nada propio, que tienen que aprenderlo todo.
"Señor, danos un espíritu de niño"
"Señor, cura nuestra prepotencia"
Nadie conoce al Padre si no aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar. Hasta que llegó Jesús, la humanidad imaginó a Dios de muchas formas: con cara de juez sin misericordia, de relojero que pone en marcha el universo, de ser inmutable sin sentimientos... A partir de Jesús sabemos que la entraña de Dios es el Amor, la Misericordia, el Perdón, la Entrega... Es verdad que nunca conoceremos a Dios completamente, pero el conocimiento que ahora tenemos es mucho más ajustado.
"Gracias Padre por darte a conocer"
"Espíritu Santo, ayúdame a conocer cada día mejor al Padre"
"Borra, Jesús, las falsas imágenes que todavía tengo de Dios"
Concédenos, Señor, tu alegría insobornable.
La diversión tiene precio y propaganda
y sus mercaderes son expertos.
Se alquila la evasión fugaz
con sus rutas exóticas y vanas.
Se bebe el gozo con tarjetas de crédito
y se estruja como un vaso desechable.
Pero tu alegría no tiene precio,
ni podemos seducirla.
Es un don para ser acogido y regalado.
Concédenos, Señor, tu alegría sorprendente.
Más unida al perdón recibido
que a la perfección farisaica de las leyes.
Encontrada en la persecución por el reino,
más que en el aplauso de los jefes.
Crece al compartir lo mío con los otros,
y se muere al acumular lo de los otros como mío.
Se ahonda al servir a los criados de la historia,
más que al ser servidos como maestros y señores.
Se multiplica al bajar con Jesús al abismo humano,
se diluye al trepar sobre cuerpos despojados.
Se renueva al apostar por el futuro inédito,
se agota al acaparar las cosechas del pasado.
Tu alegría es humilde y paciente
y camina de la mano de los pobres.
Concédenos, Señor, la “perfecta alegría”.
La que mana como una resurrección fresca
entre escombros de proyectos fracasados.
La que no logran desalojar de los pobres
ni la cárcel de los sistemas sociales
ni los edictos arbitrarios de los amos.
La decepción más honda y golpeada
no puede blindarnos para siempre
contra su iniciativa inagotable.
Tu alegría es perseguida y golpeada,
pero es inmortal desde tu Pascua.
Concédenos, Señor, la sencilla alegría.
La que es hermana de las cosas pequeñas,
de los encuentros cotidianos
y de las rutinas necesarias.
La que se mueve libre entre los grandes,
sin uniforme ni gestos entrenados,
como brisa sin amo ni codicia.
Tu alegría es confiada y veraz,
ve la más pequeña criatura amada por ti,
con un puesto en tu corazón y en tu proyecto.
Benjamín González Buelta, sj
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