Lecturas del día




Lectura del libro de Job
19, 21-27

Job dijo:
¡Apiádense, apiádense de mí, amigos míos,
porque me ha herido la mano de Dios!
¿Por qué ustedes me persiguen como Dios,
y no terminan de saciarse con mi carne?
¡Ah, si se escribieran mis palabras
y se las grabara en el bronce;
si con un punzón de hierro y plomo
fueran esculpidas en la roca para siempre!
Porque yo sé que mi Redentor vive
y que Él, el último, se alzará sobre el polvo.
Y después que me arranquen esta piel,
yo, con mi propia carne, veré a Dios.
Sí, yo mismo lo veré,
lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño.
¡Mi corazón se deshace en mi pecho!

Palabra de Dios.


Lo que Job y buena parte del A. T. presentían, queda claro con Jesús, con su vida, muerte y resurrección. Somos ciudadanos de la tierra y del cielo. Nuestra patria definitiva es el cielo. Job supo en la tierra de alegrías y de dolores, de días de gran bonanza y paz y de días de pruebas muy duras. Probó lo dulce y lo amargo de nuestra existencia terrena. Pero el Señor permaneció con él en todos los momentos de su trayecto terreno y le hizo ver que le acompañaría después de su muerte para regalarle una eternidad de felicidad total. Dios “se alzará sobre el polvo” y él mismo verá Dios: “Veré a Dios; yo mismo lo veré, lo contemplaran mis ojos, no los de un extraño”. Lo que nos pueda suceder en nuestra estancia terrena, sea bueno o sea  malo, nunca es lo último, lo definitivo, como máximo es lo “penúltimo”. Lo definitivo, lo que va a ser para siempre, para toda una eternidad es la plenitud de la alegría. “Vengan, benditos de mi Padre, a disfrutar del reino preparado para ustedes antes de la creación del mundo”. ¡Señor auméntanos la Fe!




SALMO RESPONSORIAL                                 26, 7-9c. 13-14

R.    ¡Contemplaré la bondad del Señor!

¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate de mí y respóndeme!
Mi corazón sabe que dijiste:
«Busquen, mi rostro». R.

Yo busco tu rostro, Señor,
no lo apartes de mí.
No alejes con ira a tu servidor,
Tú, que eres mi ayuda. R.

Contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor. R.




   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
10, 1-12

El Señor designó a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir.
Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero, los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!" y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario.
No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; sanen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes". Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca".
Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad».

Palabra del Señor.


¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 

Para Jesús el mundo no es un negocio a explotar, ni un espectáculo para contemplar, ni un peligro que destruir. Para Jesús, el mundo es una mies, un campo necesitado de trabajadores. ¿Cómo miro el mundo? ¿Cómo miro a las personas?
    "Transforma mi mirada egoísta, Señor"
    "Gracias Señor por compadecerte de mis miserias"
    "Señor, enséñame a mirar como tú me miras"


Pidan al dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies. Pidan a Dios que envíe laicos que transformen el mundo, sacerdotes que sirvan a las comunidades cristianas; religiosos y religiosas que nos recuerden la absoluta grandeza de Dios. Pidan y escuchen la llamada de Dios. Escuchen y llamen a otras personas.

Envíame sin temor, que estoy dispuesto.
No me dejes tiempo para inventar excusas,
ni permitas que intente negociar contigo.
Envíame, que estoy dispuesto.
Pon en mi camino gentes, tierras, historias,
vidas heridas y sedientas de ti.
No admitas un no por respuesta

Envíame; a los míos y a los otros,
a los cercanos y a los extraños
a los que te conocen y a los que sólo te sueñan
y pon en mis manos tu tacto que cura.
en mis labios tu verbo que seduce;
en mis acciones tu humanidad que salva;
en mi fe la certeza de tu evangelio.

Envíame, con tantos otros que, cada día,
convierten el mundo en milagro.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj

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