San Francisco de Asís
La vida de San Francisco de Asís
San Francisco de Asís es sin duda uno de los santos más conocidos de la historia de la Iglesia. Ya en la edad media, su fama se extendió por toda la cristiandad, y su renovación del espíritu cristiano desde la pobreza, el trabajo y la estricta observancia del Evangelio sigue causando controversia al día de hoy.
Nació con el nombre de Giovanni di Pietro Bernardone dei Moriconi, hijo de Pietro Bernardone dei Moriconi, un comerciante de textiles perteneciente a la burguesía de Asís, y de Giovanna Bourlemont, a quien apodaban Pica, perteneciente a una noble familia de Provenza. Giovanni creció en un ambiente cómodo, marcado por el trabajo de su padre y las comodidades del bienestar. Desde niño fue apodado “francesito” por su padre, debido a sus aficiones por la lengua de los galos y el canto de los trovadores, muy populares en ese país. El apodo derivaría en Francesco (Francisco) por confusión de la gente. Este joven refinado y ambicioso, no estuvo exento de participar en los conflictos de su época, marcados por las luchas entre güelfos y gibelinos, luchando él del lado gibelino junto a la ciudad de Asís. Si quería ascender a la pequeña nobleza de Asís, tenía que participar en batallas, como cualquier otro noble. La suerte no estuvo de parte de Francisco en la guerra, pues en 1202, durante la batalla del Puente de San Juan fue hecho prisionero y no fue liberado hasta un año después.
El cautiverio significó mucho para Francisco, y no fueron pocas las cosas que reflexionó y decidió cambiar si salía vivo. Su padre Pietro Bernardone pagó el rescate de su hijo, y finalmente volvió a unas tierras de su padre cerca de Asís, donde se recuperaría de una frágil condición y recibiría los cuidados de su madre. En el campo, Francisco meditaba su vida, y crecía en oración, absorbido por la naturaleza y el hecho de estar vivo.
Se unió a las cruzadas en 1204
En 1204, decidió unirse a las cruzada, con intención de servir bajo Gualterio III de Brienne, rey titular de Sicilia, pero en Spoleto, el joven calló enfermo, no pudiéndose embarcar. Años más tarde, el santo confesó que en Spoleto tuvo una revelación que le impidió seguir adelante. Primero vio la imagen de un castillo lleno de armas, y una voz le prometía que todo éso sería alguna vez suyo; después, escuchó otra voz que le preguntaba: “¿qué es más útil? ¿Seguir al siervo o al patrón?“. El joven respondió: “Al padrón“. La voz replicó: “¿Entonces? ¿Porqué has dejado al patrón para seguir al siervo?“
El joven Francisco regresó a Asís, donde se puso al servicio de su padre. En 1205, fueron juntos a un viaje de negocios a Roma, donde Francisco repartió todas sus ganancias entre los pobres, y cambió sus ropas con uno de ellos, poniéndose a mendigar en la puerta de la Basílica de San Pedro. Ese mismo año recibió otra revelación: rezando frente a un Crucifijo en la Iglesia de San Damián, escuchó una voz que repitió tres veces: “Francisco, ve y repara mi casa, que se está cayendo en ruinas.”
Al volver a Asís, Francisco cogió todas las telas que encontró en la empresa de su padre y fue a venderlas. El dinero que ganó, lo entregó íntegro al párroco de San Damián para que reparara los desperfectos de la iglesia. El padre del joven se enfureció, y desde entonces pensó que podía tener un serio desequilibrio mental.
Temiendo no poder contenerle, Pietro, su padre, decidió llevar a su hijo a juicio frente a las autoridades locales, esperando que una reprimenda le hiciera sentar la cabeza. Para el juicio Francisco apeló al obispo de Asís para que le defendiera. Todas las personas principales de la ciudad asistieron a escuchar la pelea de un padre contra su hijo, sobre todo por ser gentes muy conocidas. Cuando Pietro terminó de acusar a su hijo por hacer que quebrara su empresa debido a sus desequilibrios, el joven Francisco comenzó lentamente a desnudarse mientras decía: “Hasta ahora os he llamado mi padre en la tierra, a partir de ahora lo único que puedo decir con confianza es “Padre nuestro que estás en el Cielo”, porque en Él he puesto todo mi tesoro y puse toda mi confianza y mi esperanza.“
La gente se quedó impactada con la escena, al igual que su padre, y el obispo de Asís se acercó para cubrir al joven, que ya había devuelto todos sus ropajes a su padre. Tras recibir la aprobación del obispo, Francisco viajó a Gubbio, donde comenzó a servir en una colonia de leprosos junto con su amigo Federico Spadalonga, quien le acogió en su casa.
El regreso a Asís
Después de un tiempo, Francisco regresó a Asís, donde se dedicó a reparar capillas e iglesias en ruinas, incluyendo su famosa Porciúncula. Inmediatamente después de su regreso, muchos de sus antiguos amigos comenzaron a acercarse a él pidiendo explicaciones sobre su cambio radical de vida. Así, otros comenzaron a interesarse por escucharle. Para 1208, Francisco había comenzado ya una verdadera predicación, consiguiendo que le siguieran Bernardo de Quintavalle, Pietro Cattani, Filippo Longo de Atri, Elías de Cortona, entre otros.
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La gente quedaba fascinada con el ejemplo y las enseñanzas de este joven, por lo que, según cuenta las crónicas de la época, comenzó a tener seguidores en masa, logrando inclusive miles de conversiones.
En 1209, Francisco viaja a Roma para conseguir la aprobación papal para su nueva orden religiosa. Desde el primer momento, se sometió a la autoridad de la Iglesia, sin cuestionarla jamás, a pesar de que intentaba vivir lo contrario de lo que veía en muchas de las comunidades religiosas de su época. El Papa Inocencio III quedó sorprendido con Francisco, y aunque dudó por un momento, rápidamente se convenció de que esta nueva orden podía traer grandes cosas para la Iglesia, comunicándose mejor con los más pobres y viviendo distintas facetas del Evangelio.
Durante los años siguientes, el número de frailes creció exponencialmente, expandiéndose por Francia y España. La primera mujer en seguirle fue Clara Scifi, hija de los condes de Sasso Rosso, más tarde conocida como Santa Clara de Asís.
El Concilio de Letrán ayudó a que fuera mejor vista esta nueva orden religiosa, y aunque se estableció que desde entonces todas las órdenes tendrían que llevar las reglas de San Benito o San Agustín, la de Francisco se había fundado justo antes, con lo que pudo conservar su propia regla. Quiso el entonces cardenal Ugolino de Segni, más tarde Gregorio IX, que los franciscanos y dominicos lideraran la renovación de la Iglesia buscada por el Concilio, queriendo nombrar numerosos cardenales desde dentro de sus filas. San Francisco no tardó en responder al cardenal diciendo: “Eminencia: mis hermanos son llamados frailes menores, y ellos no intentan convertirse en mayores.”
La conversión frustrada de Saladino
En 1219, durante la quinta cruzada, Francisco decidió viajar a Palestinay Egipto con la intención de convertir a Saladino, y así evitar la cruel persecución que los sarracenos hacían a los peregrinos que iban a Tierra Santa, principal causa que motivó la cruzada. Aunque no consiguió entrar en trato con Saladino, sí lo hizo con su sobrino, el sultán al-Kamil Muhammad al-Makil. Sus intentos de convertir al sultán fueron en vano, pero consiguió que el sarraceno le admirara, e incluso que le ofreciera incontables riquezas, que Francisco rechazó una y otra vez.
De vuelta a Asís, Francisco decidió renunciar a seguir dirigiendo la Orden Franciscana, pensando que sería mejor que otro tomara el relevo mientras él seguía con vida. Tras dejar el testigo en manos de su amigo Pietro Cattani, Francisco se retiró al monte a orar y servir a los leprosos.
Fue durante este tiempo, el 14 de septiembre de 1224 cuando Franciscotuvo su más conocida visión. En esa ocasión, el monje vio a un ángel crucificado mientras oraba. En ese momento, sus manos y sus pies comenzaron a sangrar, al igual que su costado. En esa crucifixión mística, Francisco recibió los estigmas que cargaría el resto de su vida. El santo se avergonzaba de recibir tal honor de Nuestro Señor, por lo que los ocultaba para evitar que su fama personal creciera. Ésto sin embargo no fue muy exitoso, pues muy pronto algunos se dieron cuenta y los rumores se expandieron, siendo conocido desde entonces como un “alter Christus” (otro Cristo).
Canonizado dos años después de su muerte
Para 1226, Francisco había perdido la vista completamente, y sufría de males del hígado. En octubre, sabiendo que se acercaba la hora de su muerte, pidió que lo trasladaran a la Porciúncula, donde finalmente partió a la Casa del Padre el 3 de octubre de ese mismo año.
A penas dos años después de su muerte, en 1228, fue canonizado por el Papa Gregorio IX. Desde su muerte, muchos conventos se fundaron en su honor, y miles de cristianos a través de los siglos han seguido su ejemplo de humildad, de pobreza y de oración.
Casi ochocientos años después de su muerte, San Francisco de Asís es uno de los santos más conocidos y venerados del cristianismo, siendo admirado por creyentes y no creyentes alrededor del mundo. El 13 de marzo del año 2013, el cardenal Jorge Mario Bergoglio fue elegido Sumo Pontífice de la Santa Iglesia Romana, eligiendo el nombre de Francisco en devoción al santo de Asís.
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