Lecturas de hoy



Lectura del libro del Apocalipsis
21, 1-5a. 6b- 7

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más.
Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.
Y oí una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios entre los hombres: Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó».
Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, Yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la Vida. El vencedor heredará estas cosas, y Yo seré su Dios y él será mi hijo».

Palabra de Dios.


Leemos, un texto que tiene todas las connotaciones de la apocalíptica. En realidad es algo idílico, no puede ser de otra manera para el “vidente” de Patmos. Jerusalén, lugar de la presencia de Dios para la religión judía alcanza aquí el cenit de lo que ni siquiera David había soñado cuando conquistó la ciudad a los jebuseos. Todo pasará, hasta lo más sagrado. Porque se anuncia una ciudad nueva, un tabernáculo nuevo, en definitiva una “presencia” nueva de Dios con la humanidad. Un cielo nuevo y una tierra nueva, de la que desciende una nueva Jerusalén, que representa la ciudad de la paz y la justicia, de la felicidad, en la línea de muchos profetas del Antiguo Testamento. Se nos quiere presentar a la Iglesia como el nuevo pueblo de Dios, en la figura de la esposa amada, ya no amenazada por guerras y hambre. Es el idilio de lo que Pablo y Bernabé recomendaban: hay que pasar mucho para llegar al Reino de Dios. Dios hará nueva todas las cosas, pero sin que sea necesario dramatizar todo los momentos de nuestra vida. Es verdad que para ser felices es necesario renuncias y luchas.

                                   

SALMO RESPONSORIAL                                        26, 1. 4. 7. 8b-9a. 13-14

R.    El Señor es mi luz y mi salvación.


El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré?  R.

Una sola cosa he pedido al Señor,
y esto es lo que quiero:
vivir en la Casa del Señor
      todos los días de mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor
      y contemplar su Templo.  R.

¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate de mí y respóndeme!
Yo busco tu rostro, Señor,
no lo apartes de mí.  R.

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor.  R.




Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
15, 20-23

Hermanos:
Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección.
En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos, luego, aquéllos que estén unidos a Él en el momento de su Venida.

Palabra de Dios.


 Pablo tiene muy claro su mensaje: que Dios Padre nos ofrece a todos, y de modo gratuito, la salvación por medio de Jesucristo. Y todo por un amor tan fuerte que nada ni nadie es capaz de separarnos de él. La muerte de Cristo, incomparable icono del amor de Dios respecto a todos nosotros, es la fuente de donde brota tanta misericordia; porque en ese amoroso abrazo se incluye también el amor a los enemigos. Por eso, nuestra esperanza no depende tanto de la fidelidad humana cuanto de la magnanimidad del amor de Dios con todos nosotros. Tanto amor a nuestro servicio nos habilita para vivir en serena cordialidad reconociéndonos como hermanos, para así gloriarnos del Dios Padre que nos ama tanto, tanto… que nos lo ha dado todo en su hijo Jesucristo. 





Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san  Juan 14: 1-6


Jesús dijo a sus discípulos: "No se turben; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para llevarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Para ir a donde yo voy, ustedes ya conocen el camino". Entonces Tomás le dijo:"Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?" Jesús contestó: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí."

Palabra del Señor.


Es de agradecer este texto en la liturgia de la Conmemoración de los Fieles Difuntos, cuando la tradición en su entorno adolece de cierta necrofilia que silencia la tensión creyente de la esperanza y el hecho de que los nuestros siguen viviendo con nosotros en el corazón. En palabras que forman un adiós Jesús se titula como la vía que nos lleva al Padre, a la vida. En Cristo caminamos, en Cristo aprendemos a vivir la vida en plenitud y en Cristo topamos con la verdad que necesitamos y buscamos. Todo ello vivido como bondad que nos inmuniza frente a la impotencia y mentiras con las que adornamos nuestros días. Queremos vivir, no morir, es evidente, y con la mochila de la fe, vivir siempre y con sentido, y con Cristo eternamente. Desterremos el agobio y el ruido, incluso la inevitable frivolidad de nuestros días, y creamos en Él, como nos lo pide, excelente manera de vivir cada día.
¿Agradece la comunidad cristiana a los que nos han precedido y están en la otra orilla que elevaran la calidad de nuestra convivencia y nos la entregaran mejor que ellos la encontraron?




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