Lecturas de hoy

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Éfeso
6, 1-9

Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor porque esto es lo justo, ya que el primer mandamiento que contiene una promesa es éste: "Honra a tu padre y a tu madre, para que seas feliz y tengas una larga vida en la tierra".
Padres, no irriten a sus hijos; al contrario, edúquenlos, corrigiéndolos y aconsejándolos, según el espíritu del Señor.
Esclavos, obedezcan a sus patrones con temor y respeto, sin ninguna clase de doblez, como si sirvieran a Cristo; no con una obediencia fingida que trata de agradar a los hombres, sino como servidores de Cristo, cumpliendo de todo corazón la voluntad de Dios. Sirvan a sus dueños de buena gana, como si se tratara del Señor y no de los hombres, teniendo en cuenta que el Señor retribuirá a cada uno el bien que haya hecho, sea un esclavo o un hombre libre.
Y ustedes, patrones, compórtense de la misma manera con sus esclavos y dejen a un lado las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos, que lo es también de ustedes, está en el cielo, y no hace acepción de personas.

Palabra de Dios.


Pablo quiere recalcar una característica de un tipo de relación que podemos establecer: la obediencia. La obediencia tiene mala prensa en nuestros días. Sin embargo la obediencia de la que habla Pablo tiene mucho que ver con lo que nosotros llamamos fidelidad y honestidad. Una persona, decimos, es fiel a otra persona, a un proyecto, a unos valores…. Y por ello, esa persona es honesta en su actuar. La obediencia de la que habla Pablo tiene más que ver con la honestidad y fidelidad en las relaciones. Si establecemos relaciones desde la fidelidad siempre estaremos regando una buena relación. Fidelidad, que es obediencia reciproca, amor recíproco.



SALMO RESPONSORIAL                                  144, 10-14

R.    El Señor es fiel en todas sus palabras.

Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder. R.

Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu reino:
tu reino es un reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre. R.

El Señor es fiel en todas sus palabras
y bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que caen
y endereza a los que están encorvados. R.





   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
13, 22-30

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»
Él respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y Él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".
Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y Tú enseñaste en nuestras plazas". Pero Él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!"
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».

Palabra del Señor.


¿Qué caso tiene curiosear acerca del número de los que se salvan? ¿Acaso no es mejor preguntarse si va uno en el camino adecuado, siguiendo las huellas de Cristo, cargando la propia cruz de cada día, con la mirada puesta en la Gloria, de la que Dios quiere hacernos coherederos junto con su propio Hijo? El Señor nos pide hacernos pequeños, con la sencillez de los humildes, de los que se sienten siempre necesitados de Dios y de los que no se esclavizan a lo pasajero, sino que con esos bienes socorren a los más desprotegidos y se ganan amigos para la vida eterna. No basta escuchar a Cristo por las plazas, hay que escucharlo en el corazón y hacer vida en nosotros su Palabra, pues no basta decirle Señor, Señor, para entrar en el Reino de los cielos. Al final lo único que contará será nuestra fe traducida en obras de amor. Nosotros, que no pertenecíamos al Pueblo de las Elecciones Divinas, pero que el Señor nos ha convocado para que seamos parte de su Pueblo Santo, hemos de pedirle al Señor que nos mantenga fieles en la escucha y en la puesta en práctica de su Palabra. Auxiliados por la Gracia Divina y por el Poder del Espíritu Santo, dejemos de ser obradores de iniquidad y demos testimonio, con nuestras buenas obras, que en verdad somos hijos de Dios.

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