Liturgia - Lecturas del día

 


 



 

Lectura del libro del Apocalipsis

21, 2; 22, 1-7

 

Yo, Juan, vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.

Después el Ángel me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero, en medio de la plaza de la Ciudad. A ambos lados del río, había árboles de vida que fructificaban doce veces al año, una vez por mes, y sus hojas servían para sanar a los pueblos.

Ya no habrá allí ninguna maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y sus servidores lo adorarán. Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente. Tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos.

Después me dijo: «Estas palabras son verdaderas y dignas de crédito. El Señor Dios que inspira a los profetas envió a su mensajero para mostrar a sus servidores lo que tiene que suceder pronto.

¡Volveré pronto! Feliz el que conserva fielmente las palabras proféticas de este Libro».

 

Palabra de Dios.



La visión final sigue ofreciéndonos una escenografía triunfal, esperanzadora. El trono de Dios, el Cordero delante, vencedor, un río de agua viva que brota del trono (el Espíritu Santo), el árbol de la vida que da doce cosechas al año y cuyas hojas son medicinales. Allí no hay noche ni oscuridad, todo es luz, y los salvados por Cristo gozarán de alegría perpetua, y le prestarán servicio, "y contemplaran su rostro y llevarán su nombre en la frente". Es como el retorno al paraíso terrenal. La última página de la Biblia -y, para nosotros, de este Año Litúrgico- es un calco de la primera, la visión idílica del Génesis hasta que entró el pecado en el mundo.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                 94, 1- 7

 

R.    ¡Ven, Señor Jesús!

 

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,

aclamemos a la Roca que nos salva!

¡Lleguemos hasta Él dándole gracias,

aclamemos con música al Señor! R.

 

Porque el Señor es un Dios grande,

el soberano de todos los dioses:

en su mano están los abismos de la tierra,

y son suyas las cumbres de las montañas;

suyo es el mar, porque Él lo hizo,

y la tierra firme, que formaron sus manos. R.

 

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!

¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!

Porque Él es nuestro Dios,

y nosotros, el pueblo que Él apacienta,

las ovejas conducidas por su mano. R.

 

 

 


 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

21, 34-36

 

Jesús hablaba a sus discípulos acerca de su venida:

Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión


Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

«He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación» (2 Tim.4,7-8.)

.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Muchos de los dibujos animados nos muestran como los súbditos y lacayos se postran ante sus reyes de modo vergonzoso en algunos casos, más aún cuando no hicieron su deber. En cambio, vemos como los héroes de guerra, los caballeros, los capitanes de navíos, regresan a sus países y reinos con la cabeza en alto, con los trofeos de la guerra, con el orgullo en el pecho y con lágrimas en el corazón.

Señor, es muy curioso lo que me pides, me pides que me ponga en pie delante de Ti. Pero Tú eres un Rey y yo no me asemejo a un caballero, ¿por qué tendría que permanecer de pie? ¿Te das cuenta de mis debilidades? ¿De mis pecados? ¿De las tantas y tantas veces que te he defraudado?…

La tierra es un constante campo de batalla, una batalla encarnecida que no se acabará sino hasta el fin de los tiempos, pero ¿cuándo es eso, para que estemos preparados en el día del juicio, de modo que estemos de pie en aquel día?

No, Dios no quiere que yo sea un cobarde que se esconde en medio de la batalla y quiere celebrar la victoria con todos; Dios quiere que esté en el campo de batalla, luchando hombro con hombro con mis hermanos. Para ello he de vivir con la mirada puesta en el cielo, no solamente pensando en un día que desconozco su llegada, sino vigilando y orando, como Jesús nos recuerda en el Evangelio. Además, entre mayor haya sido mi empeño en la batalla, un mayor premio recibiré. Señor, yo lo sé, sé que eres eternamente justo, permíteme aparecer en tu presencia como un héroe en esta batalla que es la conquista de la santidad.

«Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». Por eso debemos estar siempre alerta y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos habla precisamente del sugestivo tema de la vigilia y de la espera».
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de diciembre de 2017).

 

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