Liturgia - Lecturas del día




Lectura del libro del Eclesiástico

44, 1. 9-13

 

Elogiemos a los hombres ilustres,

      a los antepasados de nuestra raza.

Porque hay otros que cayeron en el olvido

      y desaparecieron como si no hubieran existido;

pasaron como si no hubieran nacido,

      igual que sus hijos después de ellos.

No sucede así con aquéllos, los hombres de bien,

      cuyas obras de justicia no han sido olvidadas.

Con su descendencia se perpetúa

      la rica herencia que procede de ellos.

Su descendencia fue fiel a las alianzas

      y también sus nietos, gracias á ellos.

Su descendencia permanecerá para siempre,

      y su gloria no se extinguirá.

 

Palabra de Dios.


Se pretende celebrar a los que contribuyeron a sostener la historia de Israel. Se cubre un extenso segmento de tiempo, desde los albores de Israel hasta el siglo V a. de C. Hoy se abre este álbum de familia y presenta una «introducción». Dos notas: el criterio de selección y su función. El criterio: son personas que han dejado grabado su nombre en la historia porque fueron hombres virtuosos, la suya fue una grandeza moral, no una simple fama. Otro mérito, su vida se convierte en una semilla de bondad que fructifica en las generaciones posteriores,  educan a las nuevas generaciones. Así, descubrimos la función de esta lista y apreciamos el valor que tiene. Es una consoladora esperanza de que el bien no se pierde, sino que planta semillas que continúan germinando. La memoria de estos antepasados  es, una bendición.

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                                    149, 1-6a. 9b

 

R.    ¡El Señor ama a su pueblo!

 

Canten al Señor un canto nuevo,

resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;

que Israel se alegre por su Creador

y los hijos de Sión se regocijen por su Rey. R.

 

Celebren su Nombre con danzas,

cántenle con el tambor y la cítara,

porque el Señor tiene predilección por su pueblo

y corona con el triunfo a los humildes. R.

 

Que los fieles se alegren por su gloria

y canten jubilosos en sus fiestas.

Glorifiquen a Dios con sus gargantas,

éste es un honor para todos sus fieles. R.

 

 



   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Marcos

11, 11-25

 

Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania.

Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas, porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: «Que nadie más coma de tus frutos». y sus discípulos lo oyeron.

Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: «¿Acaso no está escrito: "Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones"? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones».

Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza.

Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado».

Jesús le respondió: «Tengan fe en Dios. Porque Yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: "Retírate de ahí y arrójate al mar", sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán.

Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas».

 

Palabra del Señor.

 

 Reflexión



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, vengo ante ti porque quiero estar contigo. Sé que Tú también quieres estar conmigo, quieres que te hable de mis cosas, te acompañe y te ame. Gracias por el don de la oración, porque gracias a ella puedo estar en contacto directo contigo. Aumenta mi fe, mi esperanza y mi amor. Concédeme, Señor, una fe firme y grande, capaz de mover las montañas que se presentan en mi vida. Dame la gracia de reconocerme necesitado de ti. Perdona mis faltas y dame tu amor y tu misericordia. María, Madre mía, acompáñame en esta oración e intercede ante Dios por mí y mis necesidades pues tú también las conoces.



Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

Dos elementos podría meditar en esta oración basados en este pasaje que hoy me diriges y en los cuales contemplo tu real humanidad. Tú te hiciste hombre en todo semejante a mí menos en el pecado. Por ello me comprendes y conoces muchas de mis dificultades, de mis sentimientos, de mis emociones. Hambre y celo. Dos elementos en los que te has querido identificar conmigo y de los cuales puedo aprender a vivir según tu ejemplo.

Hambre. Me dices en el pasaje que sentiste hambre y te acercaste a una higuera a buscar higos para comer. No encontraste ninguno. ¡Dios siente hambre! Tú experimentaste el hambre humana aunque pudiste haber ordenado que cayeran panes del cielo, o que regresara el maná, incluso que brotaran higos de aquella higuera, sin embargo soportaste la necesidad y continuaste el camino. ¿Qué me enseñas, Señor, con tu forma de actuar? Me enseñas que eres un Dios cercano a mi existencia, que conoce mi realidad y no es indiferente ante la necesidad del mundo. Puedo además compararlo con mi alma. Podría ser yo aquella higuera a la cual te acercas a buscar fruto. ¡Tú tienes necesidad de mí! Y yo que a veces te rechazo, te ignoro, me rebelo. No vienes a buscar mi fruto como el juez que exige lo debido, sino como el necesitado que suplica ayuda. Dame la gracia de darte todo lo que me pides. Ayúdame a dar el fruto que necesitas. En palabras de san Agustín te digo: dame, Señor, lo que me pides y pídeme lo que quieras.

Celo. Contemplo en ti otro sentimiento que en ocasiones me acompaña. Al entrar en el Templo descubres que no se usa para lo que se debería usar: para la oración. Enojado sacas todo aquello que no debería ocupar aquel lugar en donde mora tu Padre. Muestras el celo de Dios porque se le prefiera solamente a Él, y a nada más.

Yo también soy templo de Dios. Eres celoso con tu morada y no quieres que en ella habiten cosas contrarias a las que deben estar allí. En mi corazón tal vez hay cosas que no deberían estar ocupándolo. Hoy te pido, entra en mi interior y saca todo aquello que me separa de ti, que no me permite permanecer en plena comunión contigo. Dame el celo necesario para mantener mi corazón sólo para ti y tus cosas. Quiero que Tú seas todo para mí y yo todo para ti.

«Es el estilo de vida de la fe. -‘Padre, ¿qué debo hacer para esto?’ -‘Pues pídelo al Señor, que te ayude a hacer cosas buenas, pero con fe. Solo una condición: cuando uno se pone a rezar pidiendo esto, si tiene algo contra alguien, lo perdone. Es la única condición, para que también vuestro Padre que está en el cielo perdone, nuestros pecados’. La fe para ayudar a los otros, para acercarse a Dios. Esta fe que hace milagros».
(Homilía de S.S. Francisco, 29 de mayo de 2015, en Santa Marta).

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