Liturgia - Lecturas del día



 Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Tesalónica

5, 1-6. 9-11

 

Hermanos:

En cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche.

Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores del parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar.

Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios.

Porque Dios no nos destinó para la ira, sino para adquirir la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él. Anímense, entonces, y estimúlense mutuamente, como ya lo están haciendo.

 

Palabra de Dios.



Podemos experimentar miedo, inquietud al leer estas palabras, sin embargo deben llevarnos a confiar más abiertamente en Dios, en su infinita misericordia que nos hecho sus hijos. Por eso no tememos la llegada del Señor. Si somos hijos de Dios, El, que es Padre, no nos abandonará, ya que quiere nuestro bien, nuestra salvación. Son palabras de consuelo y de ánimo. Hay también una llamada de atención, a estar despiertos, llevar una vida en la presencia de Dios. No dudemos y digamos de corazón: “Gracias Señor porque nos amas y quieres nuestro bien”.


 

 

SALMO RESPONSORIAL                                     26, l. 4. 13-14

 

R.    ¡Contemplaré la bondad del Señor!

 

El Señor es mi luz y mi salvación,

¿a quién temeré?

El Señor es el baluarte de mi vida,

¿ante quién temblaré? R.

 

Una sola cosa he pedido al Señor,

y esto es lo que quiero:

vivir en la Casa del Señor todos los días de mi vida,

para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su Templo. R.

 

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor

en la tierra de los vivientes.

Espera en el Señor y sé fuerte;

ten valor y espera en el Señor. R.

 

 

 


 

 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

4, 31-37

 

Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».

Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño. El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: «¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!»

Y su fama se extendía por todas partes en aquella región.

 

Palabra del Señor.



Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Quiero dejarme amar por ti, Señor, ayúdame a confiar y permanecer en tu amor.




Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

En este Evangelio Jesús nos recuerda el poder y el valor del nombre de Dios. En la antigüedad, era tanto el respeto al nombre de Dios que no se atrevían ni siquiera a nombrarlo. Era tal la estima y el respeto hacia Dios que sólo el pronunciar su nombre ya era rozar con lo divino.

Creo que tristemente estamos muy lejos de aquel respeto y devoción. Hoy, el nombre de Dios parece carecer de valor. La devoción al santo nombre de Jesús suena tan extraña que ni siquiera se piensa que existió. Pero la misma Sagrada Escritura nos muestra que jamás se hizo un milagro, por parte de los hombres, sin haber antes invocado el nombre de Dios, de Jesús.

¿Por qué exigimos milagros a Dios? ¿Por qué nos quejamos de su falta de acción y presencia en nuestras vidas cuando ni siquiera escuchamos la petición o condición que Él mismo nos dio para ser bendecidos. «Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo recibirán»?

Enséñanos, Jesús, la gloria de tu nombre; derrama en nuestros corazones el don de la fe para que seamos capaces de recibir todas las gracias y bendiciones que tienes tiempo de querer regalarnos.

«La transformación del corazón que nos lleva a confesar nuestros pecados es “don de Dios”. Nosotros solos no podemos. Poder confesar nuestros pecados es un don de Dios, es un regalo, es “obra suya”. Ser tocados con ternura por su mano y plasmados por su gracia nos permite, por lo tanto, acercarnos al sacerdote sin temor por nuestras culpas, pero con la certeza de ser acogidos por él en nombre de Dios y comprendidos a pesar de nuestras miserias; e incluso sin tener un abogado defensor: tenemos sólo uno, que dio su vida por nuestros pecados. Es Él quien, con el Padre, nos defiende siempre».
(Homilía de S.S. Francisco, 13 de marzo de 2015).

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