Liturgia - Lecturas del día

 



Lectura de la primera carta de san Juan

2, 18-21

 

Hijos míos,

ha llegado la última hora.

Ustedes oyeron decir que vendría un Anticristo;

en realidad, ya han aparecido muchos anticristos,

y por eso sabemos que ha llegado la última hora.

Ellos salieron de entre nosotros;

sin embargo, no eran de los nuestros.

Si lo hubieran sido,

habrían permanecido con nosotros.

Pero debía ponerse de manifiesto

que no todos son de los nuestros.

Ustedes recibieron la unción del que es Santo,

y todos tienen el verdadero conocimiento.

Les he escrito,

no porque ustedes ignoren la verdad,

sino porque la conocen,

y porque ninguna mentira procede de la verdad.

 

Palabra de Dios.


 

Hoy se va un año, según el mundo. Esta noche los hombres se desearán mutuamente un «feliz año» sin saber cómo será éste. Hijos de Dios, ¿seremos capaces de afrontar el futuro sin más equipaje que nuestra fe? En esto nos diferenciamos de todos los anticristos que querrían desviarnos hacia otros caminos que no son los de la Palabra cada día nueva. Sólo Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Y no porque unos anticristos se llaman a sí mismos «hijos de Dios» vamos nosotros a seguirles por otro camino que no sea el de Dios-con-nosotros, Verbo hecho carne en la humildad de nuestra carne. 



 

SALMO RESPONSORIAL                                                        95, 1-2. 11-14

 

R.    Alégrese el cielo y exulte la tierra.

 

Canten al Señor un canto nuevo,

cante al Señor toda la tierra;

canten al Señor, bendigan su Nombre,

día tras día, proclamen su victoria. R.

 

Alégrese el cielo y exulte la tierra,

resuene el mar y todo lo que hay en él;

regocíjese el campo con todos sus frutos,

griten de gozo los árboles del bosque. R.

 

Griten de gozo delante del Señor,

porque Él viene a gobernar la tierra:

Él gobernará al mundo con justicia,

y a los pueblos con su verdad. R.

 

 

 


 

    Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Juan

1, 1-18

 

Al principio existía la Palabra,

y la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra

y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.

En ella estaba la vida,

y la vida era la luz de los hombres.

 

La luz brilla en las tinieblas,

y las tinieblas no la percibieron.

 

Apareció un hombre enviado por Dios,

que se llamaba Juan.

Vino como testigo,

para dar testimonio de la luz,

para que todos creyeran por medio de él.

Él no era la luz,

sino el testigo de la luz.

 

La Palabra era la luz verdadera

que, al venir a este mundo,

ilumina a todo hombre.

Ella estaba en el mundo,

y el mundo fue hecho por medio de ella,

y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos,

y los suyos no la recibieron.

 

Pero a todos los que la recibieron,

a los que creen en su Nombre,

les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre,

ni por obra de la carne,

ni de la voluntad del hombre,

sino que fueron engendrados por Dios.

Y la Palabra se hizo carne

y habitó entre nosotros.

Y nosotros hemos visto su gloria,

la gloria que recibe del Padre como Hijo único,

lleno de gracia y de verdad.

 

Juan da testimonio de Él, al declarar:

«Éste es Aquél del que yo dije:

El que viene después de mí

me ha precedido,

porque existía antes que yo».

 

De su plenitud, todos nosotros hemos participado

y hemos recibido gracia sobre gracia:

porque la Ley fue dada por medio de Moisés,

pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

Nadie ha visto jamás a Dios;

el que lo ha revelado es el Dios Hijo único,

que está en el seno del Padre.

 

Palabra del Señor.




Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Con sencillez de niño quiero venir a ti. Me pongo en tus manos, para simplemente orar, hablar a tu corazón, escucharte, mi Jesús, mi Dios.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.

No hay nada que cause más desazón a la naturaleza, que aquello que no cumple el fin para el que existe. De toda cosa que existe en el mundo, y que no alcanza su realización, puede decirse con mucho dolor, que falló en su existir. Así, una planta que no realiza fotosíntesis, falla de alguna manera en su existencia. Un animal que no perpetúa su especie, falla de alguna manera en su existencia. Un instrumento que no desempeña su función, falla de alguna manera en su existencia.

Por otro lado, todo aquello que alcanza su fin, aquello para lo cual existe, enriquece verdaderamente la creación. Así, la planta nutre el suelo, el animal continúa su especie, el instrumento sirve a una función mecánica. Cada uno se realiza según lo que es.

Ante esta realidad aparentemente tan banal, surge una pregunta existencial en el ser humano, ¿qué debo yo hacer para alcanzar mi realización? Delante de este misterio me asalta la duda, de si soy siquiera capaz de realizarme. Ahora bien, si existo es porque tengo un fin, por tanto puedo realizarme verdaderamente. La pregunta es entonces descubrir el cómo, para lo cual primero debo descubrir quién soy.

¿Quién soy yo? Incógnita de cuya solución depende toda mi vida. Por un lado encuentro en mí aspectos en común con las demás especies: las plantas, los animales; pero por otro me descubro superior a todas ellas. Me encuentro dotado de intelecto y voluntad, con los que puedo razonar y obrar con libertad y por los cuales tiendo hacia a la verdad y al bien. Descubro en mí una identidad distinta a la de toda otra criatura de este mundo: soy persona.

En el resguardo más profundo de mi ser, encuentro siempre en mí un deseo de trascender, de ser feliz hasta la eternidad. Y me pregunto si habré de conocer un día el nombre de este bien, de esta verdad, de esta belleza. Me viene entonces revelada una gran luz,

«Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros».

«Hay otros que caminan pero no saben dónde van: son errantes en la vida cristiana, vagabundos. Su vida es un dar vueltas, por aquí y por allá, y, así, pierden la belleza de acercarse a Jesús en la vida de Jesús. Pierden el camino porque dan muchas vueltas, y muchas veces este dar vueltas, dar vueltas errantes, los conduce a una vida sin salida: dar demasiadas vueltas se convierte en un laberinto y luego no saben cómo salir. Así, al final, pierden la llamada de Jesús, no tienen brújula para salir y dan vueltas, dan vueltas, buscan».
(Homilía de S.S. Francisco, 3 de mayo de 2016, en santa Marta).

 


Comentarios

Entradas populares de este blog

LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Fiesta

Feliz Aniversario sacerdotal