Lecturas de hoy / Lunes de la Semana 33 del Tiempo Ordinario

 



Lectura del libro del Apocalipsis

1, 1-5a. 6b. 10-11; 2, 1-5a

 

Revelación de Jesucristo, que le fue confiada por Dios para enseñar a sus servidores lo que tiene que suceder pronto. Él envió a su Ángel para transmitírsela a su servidor Juan. Éste atestigua que todo lo que vio es Palabra de Dios y testimonio de Jesucristo. Feliz el que lee, y felices los que escuchan las palabras de esta profecía y tienen en cuenta lo que está escrito en ella, porque el tiempo está cerca.

Yo, Juan, escribo a las siete Iglesias de Asia. Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de Aquél que es, que era y que viene, y de los siete Espíritus que están delante de su trono, y de Jesucristo, "el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra". ¡A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.

El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía: «Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete Iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea».

Escribe al Ángel de la Iglesia de Éfeso: «El que tiene en su mano derecha las siete estrellas y camina en medio de los siete candelabros de oro afirma: "Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia. Sé que no puedes tolerar a los perversos: has puesto a prueba a quienes usurpan el título de apóstoles, y comprobaste que son mentirosos. Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer.

Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. Fíjate bien desde dónde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior"».

 

Palabra de Dios.



Se dirige un llamado profético a las siete iglesias de Asia Menor con la intención de sacudirlas de la tibieza espiritual. Por una parte, enfrentan problemas internos derivados de la existencia de bandos contrapuestos por sus distintas formas de entender la fe cristiana y por otra, están siendo hostigadas por funcionarios romanos, hostiles a la fe cristiana. La comunidad necesita retomar el amor inicial para participar de la victoria del Cordero. Un reflejo de algunos de los desafíos que enfrentamos hoy. No estarnos padeciendo una persecución, pero el deslumbramiento y la atracción que la sociedad de consumo ejerce es una prueba que nos debilita porque va reduciendo nuestra esperanza al nivel de los meros logros materiales.

 



 

SALMO RESPONSORIAL                              1, 1-4. 6

 

R.    Al vencedor; le daré a comer del árbol de la vida.

 

¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados,

ni se detiene en el camino de los pecadores,

ni se sienta en la reunión de los impíos,

sino que se complace en la ley del Señor

y la medita de día y de noche! R.

 

Él es como un árbol plantado al borde de las aguas,

que produce fruto a su debido tiempo,

y cuyas hojas nunca se marchitan:

todo lo que haga le saldrá bien. R.

 

No sucede así con los malvados:

ellos son como paja que se lleva el viento.

Porque el Señor cuida el camino de los justos,

pero el camino de los malvados termina mal. R.

 

 

 


   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

18, 35-43

 

Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»

Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»

«Señor, que yo vea otra vez».

Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado». En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.

 

Palabra del Señor.




¡Ten compasión de mí!



Sentado al lado del camino por donde pasa Jesús está un ciego. Se trata de un hombre que conoce muy bien lo que es el dolor de la vida y el rechazo de la sociedad.

Jesús pasa por allí, camino de Jerusalén. Paradójicamente, es el ciego el que llega a “ver” quién es Jesús, el Mesías. Y esa luz interior del hombre que tiene fe le impulsa a gritar cada vez con más fuerza e insistencia, ¡ten compasión de mí! Esta actitud provoca dos reacciones; la repulsa de la gente a quien molestan los gritos que piden ayuda y el interés y acogida de Jesús que ha venido a salvar a los hombres.

La pregunta de Jesús parece ingenua, ¿qué quieres que haga por ti? ¿Qué puede desear ardientemente un ciego, sino ver? Pero este hombre, que pasaba todos sus días pidiendo unas monedas para poder vivir tiene fe en Jesús, cree que Él le puede dar más, porque es Dios, y por eso se atreve, confiado, a pedirle la vista. La misma súplica: “Señor, que vea otra vez” es un acto de fe. Y esa fe le cura, y con la curación, la salvación entra en él. Sigue a Jesús, camino de Jerusalén, alabando a Dios.

Si Jesús se presentase a nosotros ahora, preguntándonos lo que queremos de Él, ¿cuál sería nuestra petición?, ¿algo que también un poderoso de la tierra puede darnos, o bien lo que sólo Dios puede otorgar? Y, sin embargo, la fe nos dice que no es necesaria la presencia física de Jesús de Nazaret para obtener de Dios todo lo que le pedimos.

¿Cuál es para ti la mayor felicidad?

¿Qué le pedirías a Jesús si hoy se presentase y te preguntara qué quieres de Él?



Señor, yo también estoy un poco al borde, del camino y de la vida. Dejo en tus manos mis cegueras, mis soledades, aquellas palabras que nunca pude pronunciar. Que la luz que desprende la hondura de tu divina humanidad me ayuden a llenar de sentido mi vida, ponerme de pie, y caminar hacia la felicidad junto contigo. 

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