Lecturas de hoy / semana 34 del Tiempo Ordinario,




 Lectura del libro del Apocalipsis

21, 2; 22, 1-7

 

Yo, Juan, vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo.

Después el Ángel me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero, en medio de la plaza de la Ciudad. A ambos lados del río, había árboles de vida que fructificaban doce veces al año, una vez por mes, y sus hojas servían para sanar a los pueblos.

Ya no habrá allí ninguna maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y sus servidores lo adorarán. Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente. Tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos.

Después me dijo: «Estas palabras son verdaderas y dignas de crédito. El Señor Dios que inspira a los profetas envió a su mensajero para mostrar a sus servidores lo que tiene que suceder pronto.

¡Volveré pronto! Feliz el que conserva fielmente las palabras proféticas de este Libro».

 

Palabra de Dios.



La visión final del Apocalipsis, la de la nueva Jerusalén, acaba describiéndola con rasgos del Paraíso. El río, el árbol de la vida, con los trazos más esplendorosos. Hay elementos litúrgicos, visión de Dios, reinar con Cristo. Es el resultado final de la lucha por la fidelidad a Cristo, por mantener que él es el Señor único. Mensaje de esperanza como pocos. Así, la Biblia acaba donde empieza: en el Paraíso. (El ángel que ha hecho de guía a Juan en el mundo apocalíptico se despide rubricando su enseñanza. Cristo mismo asegura la realización de las visiones, y Juan —¿o Cristo? — exhorta a los lectores, en una «bienaventuranza», a creer y esperar en las promesas de este libro).

 

 

SALMO RESPONSORIAL                                 94, 1- 7

 

R.    ¡Ven, Señor Jesús!

 

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,

aclamemos a la Roca que nos salva!

¡Lleguemos hasta Él dándole gracias,

aclamemos con música al Señor! R.

 

Porque el Señor es un Dios grande,

el soberano de todos los dioses:

en su mano están los abismos de la tierra,

y son suyas las cumbres de las montañas;

suyo es el mar, porque Él lo hizo,

y la tierra firme, que formaron sus manos. R.

 

¡Entren, inclinémonos para adorarlo!

¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!

Porque Él es nuestro Dios,

y nosotros, el pueblo que Él apacienta,

las ovejas conducidas por su mano. R.

 

 

 


 

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

21, 34-36

 

Jesús hablaba a sus discípulos acerca de su venida:

Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

 

Palabra del Señor.




"Estén prevenidos y oren


 incesantemente"



 Es muy fácil distraerse nos advierte el Evangelio de hoy; muchas cosas que nos rodean pueden desviar nuestra meta, que es vivir el Reino de Dios. Especialmente cuando se vive en un espejismo, como fuera del tiempo real, como dentro de una película; con la mirada y el corazón fijos en mi propio mundo, en mis problemas, en mis ganas o mis desganada, así como si no existiera nada en el mundo fuera de lo soy, tengo o me sucede. Y debemos de tener claro que nada tan opuesto a la realidad y al querer de Dios es esto. El Señor no quiere despiertos, atentos a los dolores, angustias y alegrías propias y ajenas. Que nuestra vida sea vivida en plenitud, es decir, desde lo profundo, desde nuestro ser interno hacía fuera, así es como la vida toma sentido, color, gusto y plenitud.

Hoy más que nunca el Señor nos exige que estemos atentos, que nada nos distraiga y que nuestra vida de fe y de nuestros actos, sean coherentes con lo que creemos.

 


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