Lecturas de hoy

 



Lectura de la profecía de Jonás

1, 12, 1. 11

 

La palabra del Señor se dirigió a Jonás, hijo de Amitai, en estos términos: «Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad ha llegado hasta mí».

Pero Jonás partió para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor. Bajó a Jope y encontró allí un barco que zarpaba hacia Tarsis; pagó su pasaje y se embarcó para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor.

Pero el Señor envió un fuerte viento sobre el mar, y se desencadenó una tempestad tan grande que el barco estaba a punto de partirse. Los marineros, aterrados, invocaron cada uno a su dios, y arrojaron el cargamento al mar para aligerar la nave. Mientras tanto, Jonás había descendido al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente. El jefe de la tripulación se acercó a él y le preguntó: «¿Qué haces aquí dormido? Levántate e invoca a tu dios. Tal vez ese dios se acuerde de nosotros, para que no perezcamos». Luego se dijeron unos a otros: «Echemos suertes para saber por culpa de quién nos viene esta desgracia». Así lo hicieron, y la suerte recayó sobre Jonás.

Entonces le dijeron: «Explícanos por qué nos sobrevino esta desgracia. ¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿A qué pueblo perteneces?»

El les respondió: «Yo soy hebreo y venero al Señor, el Dios del cielo, el que hizo el mar y la tierra». Aquellos hombres sintieron un gran temor, y le dijeron: «¡Qué has hecho!», ya que comprendieron, por lo que él les había contado, que huía de la presencia del Señor. Y como el mar se agitaba cada vez más, le preguntaron: «¿Qué haremos contigo para que el mar se nos calme?»

Jonás les respondió: «Levántenme y arrójenme al mar, y el mar se les calmará. Yo sé muy bien que por mi culpa les ha sobrevenido esta gran tempestad».

Los hombres se pusieron a remar con fuerza, para alcanzar tierra firme; pero no lo consiguieron, porque el mar se agitaba cada vez más contra ellos. Entonces invocaron al Señor, diciendo: «¡Señor, que no perezcamos a causa de la vida de este hombre! No nos hagas responsables de una sangre inocente, ya que Tú, Señor, has obrado conforme a tu voluntad». Luego, levantaron a Jonás, lo arrojaron al mar, y en seguida se aplacó la furia del mar. Los hombres, llenos de un gran temor al Señor, le ofrecieron un sacrificio e hicieron votos.

 

El Señor hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y éste permaneció en el vientre del pez tres días y tres noches.

Entonces el Señor dio una orden al pez, y éste arrojó a Jonás sobre la tierra firme.

 

Palabra de Dios.



Jonás, recalcitrante a hacer partícipe de la misericordia de Dios a los pueblos paganos, es conducido por Dios hasta el lugar donde el Señor quiere que se cumplan sus planes de salvación. Jonás, rebelde, no de palabra sino de hecho, a la voluntad de Dios respecto a la salvación universal, finalmente proclamará esa salvación: primero a los marineros, que temen a Dios, y que al arrojar a Jonás al abismo, se salvan de la muerte pues el mar se calma; y después a los Ninivitas, proclamando el mensaje de salvación de Dios, al que ellos hacen caso y salvan así su Vida.

 


 

SALMO RESPONSORIAL                                       Jon 2, 3-5.8

 

R.    ¡Me hiciste salir vivo de la fosa, Señor!

 

Desde mi angustia invoqué al Señor,

y Él me respondió;

desde el seno del Abismo, pedí auxilio,

y Tú escuchaste mi voz. R.

 

Tú me arrojaste a lo más profundo, al medio del mar:

la corriente me envolvía,

¡todos tus torrentes y tus olas

pasaron sobre mí! R.

 

Entonces dije: He sido arrojado

lejos de tus ojos,

pero yo seguiré mirando

hacia tu santo Templo. R.

 

Cuando mi alma desfallecía,

me acordé del Señor,

y mi oración llegó hasta ti,

hasta tu santo Templo. R.

 

 

 


 

  Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

10, 25-37

 

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»

Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»

Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».

«Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida».

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".

¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»

«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor.

Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».

 

Palabra del Señor.




“Anda, haz tu lo mismo”

Vemos cómo los contemporáneos de Jesús, a veces, le hacen preguntas. Algunos con buena intención de conocer su clarificadora respuesta, y otros, como en el caso del letrado del evangelio de hoy, para ponerlo a prueba. Para unos y otros, Jesús encuentra la respuesta adecuada y exacta, podríamos decir, la respuesta evangélica.

La pregunta del letrado versa sobre la vida eterna, sobre la felicidad, algo a lo que todos aspiramos y que toca de lleno toda nuestra existencia. Su propia respuesta, amparándose en la ley, es bien clara: Amar a Dios, al prójimo y a uno mismo. Jesús aprueba esta respuesta: “Bien dicho. Haz esto y tendrás vida”. 

No sabemos si el letrado no sabía muy bien quién era su prójimo o simplemente para “aparecer como justo”, le pregunta de nuevo a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”. La respuesta de Jesús es la parábola del buen samaritano, donde queda claro quién es el prójimo.

Desde el inicio, y después de XXI siglos de cristianismo, bien sabemos que el amor es la actitud más importante de todo seguidor de Jesús ante toda persona, que es su prójimo y también su hermano. En el plano teórico lo tenemos claro. Es en el plano de nuestras obras donde encontramos las dificultades para vivir siempre con amor y desde el amor.

Podemos aprovechar el pasaje del evangelio de hoy para pedirle una vez más al Señor, que nos ayude, que se adentre en nuestro corazón y reine en él, para que todas nuestras acciones broten del amor y tiendan al amor. Todo ser humano, principalmente el necesitado, es nuestro prójimo a quien siempre debemos amar.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)

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