Día 17 : Tenemos algo que ellos no tienen...

 En el nombre del Padre 

y del Hijo

Y del Espíritu Santo,

Amén.

Continuamos esta semana en el desierto para preparar nuestros corazones para la misión. La vida cristiana es una historia de amor que se ofrece a todos los que quieren seguir a Jesús. No hablamos sólo de una idea, de un modo de vida o del miedo a un dios vengativo, sino de un encuentro, de un corazón a corazón con nuestro Dios. 


Básicamente, toda la misión se basa en un hecho muy sencillo: tenemos que conseguir que aquellos con los que nos encontramos en nuestra vida cotidiana comprendan que nosotros tenemos algo que ellos no tienen.


Cuando Benedicto XVI y Juan Pablo II hablaban de evangelización por atracción, no estaban invitando a los cristianos a quedarse callados y esperar con los brazos cruzados el fin del mundo. Simplemente invitaban a los cristianos a dejar que Cristo brille a través de ellos. Cuando ven nuestros rostros, cuando ven nuestras vidas, cuando ven nuestra manera de comportarnos con todos y con los pobres en particular, cuando ven nuestra mirada luminosa, deben decirse "ellos tienen algo que yo no tengo y que me gustaría tener".


Todas las personas quieren amar y ser amadas. Ahora, por Cristo, tenemos ambas cosas en plenitud. A menudo me he preguntado una cosa curiosa: somos infinitamente más que al principio del cristianismo, tenemos muchos más recursos tecnológicos, financieros, humanos, teológicos, etc., …sin embargo no funciona... La gente prefiere creer en piedras energéticas o en chamanes antes que en Jesús, el único camino, la única verdad y la única vida. Creo que la razón radica en un hecho muy simple: los católicos tienen una relación platónica con Jesús. La oración no habita en el cuerpo, no arde en el corazón. Sin embargo, si queremos brillar y hacer comprender a la gente de nuestro tiempo que tenemos algo que ellos no tienen, es absolutamente necesario que vivamos una relación carnal con Jesús, una relación que sea de cuerpo a cuerpo y de corazón a corazón, es decir, una relación viva, vibrante, ardiente, como la relación que llevó a Santo Domingo a llorar cada noche por la conversión de los pecadores, que llevó a San Vicente de Paúl a gastar toda su sangre para que el Evangelio llegara a los pobres, una relación que llevó a San Francisco Javier hasta los confines de la tierra.


¿Por qué la oración irradia de una manera especial? Porque toca directamente el alma. Hoy en día, la mayoría de las personas con las que nos encontramos viven con almas pequeñas, que no ven muy lejos, a las que les falta aliento y audacia, a las que les falta vida y fuerza. Esas almas son incapaces de comprometerse, de soñar a lo grande, de luchar por un ideal o de dar la vida por un ser querido... Antes decíamos "pusilánime" para designar a alguien cobarde, pero en realidad la raíz latina pusillanimis significa alma pequeña. 


La oración hace que el alma se parezca a Dios, y ésa es la razón principal por la que Jesús se encarnó. Los padres de la iglesia lo predican unánimemente: Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera ser Dios. La oración hace al alma longánima y magnánima. Longánima: que es perseverante y fiel, que no se queda sin aliento, que no se agota, es capaz de estar a la altura de los desafíos de la vida. Magnánima: el alma grande que abraza ampliamente, que es capaz de acoger a las personas con caridad y alegría. El magnánimo es amable, servicial, dadivoso, nunca reacio y jamás pide la más mínima recompensa. El magnánimo da continuamente, a Dios, a los que ama y a los que se lo piden.


Éste es quizá el fruto más grande que puede darnos la oración: ensanchar nuestra interioridad, ensanchar nuestro corazón, ensanchar nuestra alma para llegar a ser grandes santos. Los animo a desear grandes cosas, grandes éxitos, como Santa Teresita, que desde muy joven quiso ser una gran santa, pongamos nuestra alma y  corazón en seguir a Jesús lo más radical y enteramente posible.


Dios nos libera poco a poco de todos nuestros miedos y angustias, por eso exclama san Pablo en la carta a los Romanos:


¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.


Señor Jesús,

Te pido que ensanches mi alma,

Que me hagas tener sed de ti,

Que me des el valor del Evangelio,

Que nada en el mundo sino el Evangelio encienda mi alma,

Hazme un hombre entregado,

Hazme semejante a ti,

Amén.



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