Evangelio cotidiano / 11º Semana del tiempo Ordinario
Evangelio según san Mateo 6, 1-6.16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuiden de no
practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario no tienen recompensa de su Padre celestial. Por tanto, cuando hagas
limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las
sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad les digo
que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no
sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en
secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no sean
como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las
esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad les digo que
ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto,
cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve
en lo secreto, te lo recompensará”.
Cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas
que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad les
digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate
la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en
lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
Palabra del Señor.
"Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará"
La lectura del evangelio de hoy nos lleva a reflexionar
sobre la intención que hay detrás de nuestras acciones. En Israel la práctica
religiosa se resumía tradicionalmente en la limosna, la oración y el ayuno;
Jesús nos invita a que la práctica de estas buenas obras sea discreta, alejada
de toda exhibición y ostentación, que sería hipocresía. Una cosa es dar
testimonio de la fe a través de las obras y otra buscar el halago personal.
Si lo que buscamos con nuestras buenas obras es quedar bien,
ser vistos y admirados por los hombres, esa gloria será nuestra recompensa. Si
lo que buscamos es guardar con fidelidad el mandato del Señor, y hacerlo con
autenticidad, con el corazón, entonces del Señor vendrá la recompensa: la
sinceridad, la rectitud de intención es lo que cuenta para Dios, que mira el
interior, el corazón, el verdadero sentir, no las apariencias.
Nuestra vida diaria está repleta de oportunidades para
demostrar nuestra fe a través de acciones pequeñas pero significativas. La
discreción en la caridad, la oración y el ayuno, no debe buscar la aprobación
de los demás sino la comunión con Dios. En el trabajo, en la familia y en cada
encuentro, estamos llamados a vivir de manera que nuestra fe se refleje en
nuestro comportamiento, no como un espectáculo para el reconocimiento humano,
sino como una expresión sincera de nuestro amor a Dios y al prójimo.
En resumen, el evangelio de hoy nos anima a buscar una
autenticidad espiritual que se manifieste en cada aspecto de nuestra vida,
recordándonos que la verdadera recompensa de nuestras prácticas espirituales
viene de una relación profunda y personal con Dios, más allá de cualquier
reconocimiento humano.
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