Lectura de la primera carta de san Juan 2, 22-28


Hijos míos:
¿Quién es el mentiroso,
sino el que niega que Jesús es el Cristo?
Ése es el Anticristo:
el que niega al Padre y al Hijo.
El que niega al Hijo no está unido al Padre;
el que reconoce al Hijo también está unido al Padre.
 
En cuanto a ustedes,
permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio:
de esa manera, permanecerán también
en el Hijo y en el Padre.
La promesa que Él nos hizo es ésta: la Vida eterna.
Esto es lo que quería escribirles
acerca de los que intentan engañarlos.
Pero la unción que recibieron de Él
permanece en ustedes,
y no necesitan que nadie les enseñe.
Y ya que esa unción los instruye en todo
y ella es verdadera y no miente,
permanezcan en Él,
como ella les ha enseñado.
Sí, permanezcan en Él, hijos míos,
para que cuando Él se manifieste,
tengamos plena confianza,
y no sintamos vergüenza ante Él
en el Día de su Venida.


Palabra de Dios.


 “No necesitan que nadie les enseñe”. Resuenan en estas palabras de San Juan las palabras del profeta Jeremías: “Ya no tendrá que instruir cada uno a su hermano diciendo: ¡Conozcan al Señor!, porque todos me conocerán desde el más pequeño al más grande, oráculo del Señor” (Jer. 31, 34). Este conocimiento se debe a la promesa del Señor: “Yo pondré mi ley en el fondo de su ser y la escribiré en su corazón”. (Jer. 31,33). El Espíritu Santo es la unción que hemos recibido, la que nos enseña acerca de todas las cosas. Él nos guía a la verdad completa (Jn. 16,13). La ley ya no está fuera de nosotros, está dentro, en el fondo del alma. Nuestra alegría está colmada, ya que por la Encarnación del Verbo tenemos acceso a esta gracia en que estamos. Sólo tenemos que permanecer en ella, guardarla en el corazón y dejar que germine y dé frutos de vida eterna, puesto que guardar su Palabra y permanecer en Él es promesa de vida eterna.

  

P. Juan R. Celeiro


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