Lectura de los Hechos de los Apóstoles 18, 23-28



Después de haber permanecido un tiempo en Antioquía, Pablo partió de nuevo recorrió sucesivamente la región de Galacia la Frigia, animando a todos los discípulos.
Un judío llamado Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Éfeso. Era un hombre elocuente versado en las Escrituras. Había sido iniciado en el Camino del Señor y, lleno de fervorexponía enseñaba con precisión lo que se refiere a Jesús, aunque no conocía otro bautismo más que el de Juan Bautista.
Comenzó a hablar con decisión en la sinagoga. Después de oírlo, Priscila y Aquila lo llevaron con ellos y le explicaron más exactamente el Camino de Dios. Como él pensaba ir a Acaya, los hermanos lo alentaron, y escribieron a los discípulos para que lo recibieran de la mejor manera posible.
Desde que llegó a Corinto fue de gran ayuda, por la gracia de Dios, para aquéllos que habían abrazado la fe, porque refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por medio de las Escrituras que Jesús es el Mesías.

Palabra de Dios.



Se nos muestra la doble postura ante Jesús Resucitado. Por una parte, la de las autoridades judías, que rechazaron a Jesús en vida y también ahora como Resucitado. Por otra, la de los apóstoles, que después de un primer momento de duda, cuando el mismo Jesús les convence de su resurrección, se lanzan con valentía a proclamar esta gran noticia. Salvando las distancias, nos encontramos en el siglo XXI en parecida situación. Los que niegan y rechazan, por diferentes motivos, a Jesús, su vida, muerte y resurrección, y los que, con la ayuda de Él mismo, aceptamos a Jesús resucitado. Pero no como una verdad abstracta, sino como el que mueve y guía nuestra vida, todos nuestros pasos, sabiendo que corremos su misma suerte y que nos espera también a nosotros, la resurrección. Lo que nos toca ahora es, con nuestras palabras y nuestras obras, ser testigos de su resurrección.

P. Juan R. Celeiro

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