Día 13 : El dolor de amar a Jesús

 En el nombre del Padre 

y del Hijo

Y del Espíritu Santo,

Amén.

Salgamos de nuevo a nuestro desierto interior para aprender a orar y a seguir a Jesús más íntimamente. Hoy continuamos con los misterios dolorosos. Meditamos los misterios dolorosos de la vida de Jesús los martes y los viernes. 


No nos gusta el sufrimiento, y es normal, pero es así como Cristo quiso redimirnos: con su sufrimiento nos dio la salvación. Así que podemos mirar a cada persona que encontramos, incluso al azar, recordando que cada uno, sin excepción, tiene un precio y es el precio pagado por Cristo en la Cruz.


“Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”  (Jn. 3, 16).


Tengamos presente que los misterios dolorosos de la vida de Jesús, su vía crucis, no existen para abrumarnos, entristecernos o dar un rostro triste a la fe, sino para mostrarnos que hay un aspecto difícil en la vida espiritual, en el seguimiento de Jesús. Por eso nos recuerda que, debemos llevar nuestras cruces para seguir sus pasos. El padre Matta el-Maskine escribió a los jóvenes monjes lo siguiente: 


Para lograr una vida de oración fecunda, no debemos esperar que las gracias caigan sobre nosotros de repente, sino que debemos dar pasos lentos pero firmes, mediante un esfuerzo largo y sostenido.


Entremos en estos misterios dolorosos para aceptar nuestras cruces y llevarlas con paciencia y amor a Dios. Perseveremos en la oración.


Estamos en el Huerto de los Olivos, es de noche, los apóstoles acaban de llegar con Jesús, están agotados. Aún no saben que están pasando los últimos minutos con Jesús, no saben que después de este momento de angustia en el Huerto de los Olivos, los acontecimientos se van a desarrollar demasiado deprisa y que a las tres de la tarde del día siguiente Jesús estará muerto. Hablan entre ellos, se duermen, Cristo les pide que recen, pero no comprenden lo que está en juego. Se duermen. Jesús está solo, aunque tiene personas a su alrededor, ¡está solo!. A veces hemos sentido esto en nuestro sufrimiento, cuando el dolor era tan grande que teníamos la impresión de estar solos, totalmente aislados. Jesús lo experimentó; en su corazón humano sufría de soledad. Comprendiendo poco a poco lo que tenía que hacer para redimir todos los pecados de toda la humanidad, desde la creación hasta el fin de los tiempos, sudó sangre. Comienza a derramar su preciosa sangre, que se vaciará por completo a medida que se vaya dando la Pasión. Jesús tiene miedo. Recuerda que, cuando algo te remuerde, un pecado, una mala palabra, es decir, cuando tienes algo sobre tu conciencia, esto se puede convertir en una carga pesada, al punto de llegar a sentir un nudo en el estómago y nos sentimos “contaminados”. Imagínense la sensación de tener todos los pecados de la humanidad cayendo sobre él. Es ese sudor de sangre. Luego le arrastran a un simulacro de juicio, le hacen callar y le azotan una y otra vez hasta que su cuerpo queda cubierto de llagas. Mientras está sufriendo abominablemente, le colocan una corona de espinas en la cabeza y se burlan de él. ¿Qué crees que vio en ese camino de dolor, cargando su cruz?: vio a la multitud que se burlaba de él, sí, pero también vio a toda la humanidad.


En este Vía Crucis también  lleva los crímenes abominables de la pedofilia, lleva la esclavitud que continúa hasta hoy, lleva el comercio diabólico de niños, lleva todas las mentiras del mundo, toda su violencia, todo su absurdo. Ve, como en un panorama, todo lo peor que ha hecho el hombre desde la creación hasta el fin de los tiempos. Se cae varias veces. Llora. Pero luego, cuando se acerca al cielo y se eleva en lo alto de la Cruz, ve a todas las almas fieles de todos los tiempos, a los santos sacerdotes fieles al sacerdocio, a los santos obispos valientes defensores de la fe, a las santas familias que en humildad y silencio cuidan de los hijos de Dios. Ha visto a todos los santos y santas, a todos los valientes atletas de la fe que se atrevieron a vivir el cristianismo sin negociar, sin anquilosarse. 


También te ha visto a ti, que estás escuchando esta meditación.


Cuando rezas, cuando intentas seguirle y amarle, te consuela. Se dice a sí mismo que no pasó por todo eso en vano, que valió la pena ofrecer su vida como sacrificio. Sí, cuando rezo, le digo: "Señor, mi oración es pobre, pequeña, no siempre sé cómo hacerla, pero te la ofrezco y espero que mi amor te consuele un poco en la Cruz". Por eso entrega a María a la humanidad por medio del apóstol Juan. Confía a su Madre a todas las generaciones cristianas, que la proclaman ¡Bendita!


¿Cómo podemos honrar a Jesús en su sufrimiento? Podemos honrarlo meditando su Vía Crucis los viernes. De vez en cuando, podemos hacerlo pidiendo a Jesús la gracia de comprender mejor el misterio de su ofrecimiento por nosotros y pidiéndole también la gracia de creer en el hecho de que lo hizo por nosotros, por mí en particular, por ti en particular.


Recemos hoy una decena del Rosario, meditando el misterio de Jesús con la cruz a cuestas camino del Calvario. Que Jesús nos dé paciencia en las pruebas que afrontamos y confianza en Dios.



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