¿Cenas, con nosotros, Señor?



Por el gran amor que nos tienes,
porque, ¡quién sabe!
¿No tienes miedo a que nos perdamos?
Te quedas para siempre, amigo y Señor,
en la Eucaristía.

Cenas, Señor, con nosotros.
Sólo sé, Señor, que el pan, no me sabe a pan.
Sólo sé, Señor, que el paladar, me dice
que el vino ya no es vino.
Sólo sé, Señor, que esta cena,
con tan poco, nos deja llenos:
¡Llenos de amor y de vida!
¡Desbordando el alma por los cuatro costados!

Cenas, Señor, con nosotros.
¿Y de qué nos hablas entre plato y plato?
Que el amor es lo más grande que podemos dar.
Que el amor es lo más grande que te podemos ofrecer.
Que el amor, más que todo, será lo que dirá,
si somos amigos tuyos de verdad.

Cenas, Señor, con nosotros.
Y con este pan, con cierto sabor amargo,
comprendemos que hay que morir
cuando se quiere vivir.
Sabemos que hay que servir,
cuando se quiere ser feliz.
Adivinamos que, si Tú estás de rodillas,
no podremos nosotros estar siempre de pie.

Cenas, Señor, con nosotros.
Y, mirándonos a los ojos, nos dices que te vas.
Que te vas pero que, un día, volveremos a verte,
y, que precisamente por eso, esta cena
será para nosotros un memorial
de tu pasión, muerte y resurrección por salvarnos.

¡Gracias, Señor, por cenar con nosotros!
Por ser sacerdote que ofrece,
víctima que se desangra y altar en el que la sostiene.
El amor sin límites, el amor sin farsa, el amor gratuito.
¡Gracias, Señor, por cena tan celestial!
No nos quieres con las manos limpias,
nos quieres con los pies relucientes,
dispuestos, los unos con los otros, a brindarnos
y ser generosos por los caminos.

¡Gracias, Señor, por este manjar Pascual!
Por permitirnos que, en esta mesa,
nos acomodemos hombres y mujeres débiles,
hombres y mujeres con contradicciones,
hombres y mujeres que, a la vuelta de la esquina,
diremos no conocerte.

¡Gracias, Señor, por tu Sacerdocio!
¡Gracias, Señor, por tu cáliz en el que bulle
la sangre de tu amor!
¡Gracias, Señor, por el pan,
donde el paladar, gusta
tu cuerpo divino y humano!

¡Gracias, Señor, porque sirviendo como Tú sirves,
ya no es posible decir: ¡qué difícil es amar!
Y, todavía, Señor ¿quieres cenar con nosotros?
Quédate para siempre así:
sentado y pronunciando nuestros nombres;
sirviendo, e indicándonos el camino del amor.
Bendiciendo a Dios, y enseñándonos a orar.
Repartiendo, y convidándonos a ser desprendidos.
Hablando, y dándonos a conocer
el Misterio de Dios Amor

Si has querido preparar esta cena,
será porque, bien lo sabes, que necesitaremos
de su fuerza para seguir en la brecha.        
Para amar, cuando nos avasalle el odio.
Para entregarnos, cuando nos acorrale el egoísmo.
Para escuchar tu Palabra,
cuando nos inunden los ruidos del mundo.
Quédate, Señor, y…cuando quieras…
preparamos otra cena.

P. Javier Leoz

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