Lectura del libro de Isaías 50, 4-9a



El mismo Señor me ha dado
una lengua de discípulo,
para que yo sepa reconfortar al fatigado
con una palabra de aliento.
Cada mañana, él despierta mi oído
para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído
y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban
y mis mejillas a los que me arrancaban la barba;
no retiré mi rostro
cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda:
por eso, no quedé confundido;
por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,
y sé muy bien que no seré defraudado.
Está cerca el que me hace justicia:
¿quién me va a procesar?
¡Comparezcamos todos juntos!
¿Quién será mi adversario en el juicio?
¡Que se acerque hasta mí!
Sí, el Señor viene en mi ayuda:
¿quién me va a condenar?

Palabra de Dios.


Isaías muestra sus dificultades en la vida, pero también donde encuentra su fuerza, cuál es su punto de apoyo. Isaías se reconoce a sí mismo, como un iniciado, como uno más entre los hijos de Israel, pero YHWH ha querido hacer de él, un signo de su voluntad. El Señor YHWH le ha dado la lengua, ¿para qué? Para poder decir una palabra al que está abatido. El Señor le ha dado el oído, ¿para qué? para que escuche su Palabra, la Palabra de Dios. El Señor le ha abierto el corazón y la inteligencia, ¿para qué? para que pueda entender y llevar a obra la Palabra que le va a decir el Señor. En razón de esto, Isaías ofreció… su espalda, su mejilla, su rostro…. No se ocultó a la hora de presentar el mensaje de Dios. En medio de la desesperación, mientras sufría los insultos y los golpes, el Señor le asistió, le ayudó, le sirvió de apoyo. Dios no interviene directamente librando, rompiendo el correr de la historia… la presencia de Dios siempre es respetuosa con todo, la presencia de Dios acepta la realidad, la presencia de Dios es alcázar, es roca de apoyo, palabra de aliento.


P. Juan R. Celeiro

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