Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-33



Los guardias hicieron comparecer a los Apóstoles ante el Sanedrín, y el Sumo Sacerdote les dijo: «Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!» Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A Él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen».
Al oír estas palabras, ellos se enfurecieron y querían matarlos.

Palabra de Dios.



Se nos muestra la doble postura ante Jesús Resucitado. Por una parte, la de las autoridades judías, que rechazaron a Jesús en vida y también ahora como Resucitado. Por otra, la de los apóstoles, que después de un primer momento de duda, cuando el mismo Jesús les convence de su resurrección, se lanzan con valentía a proclamar esta gran noticia. Salvando las distancias, nos encontramos en el siglo XXI en parecida situación. Los que niegan y rechazan, por diferentes motivos, a Jesús, su vida, muerte y resurrección, y los que, con la ayuda de Él mismo, aceptamos a Jesús resucitado. Pero no como una verdad abstracta, sino como el que mueve y guía nuestra vida, todos nuestros pasos, sabiendo que corremos su misma suerte y que nos espera también a nosotros, la resurrección. Lo que nos toca ahora es, con nuestras palabras y nuestras obras, ser testigos de su resurrección.
13 – IV – 2018: Hech. 5, 34

P. Juan R. Celeiro

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