Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-33



Los guardias hicieron comparecer a los Apóstoles ante el Sanedrín, y el Sumo Sacerdote les dijo: «Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!» Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A Él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen».
Al oír estas palabras, ellos se enfurecieron y querían matarlos.

Palabra de Dios.



Se nos narra la liberación de los Apóstoles de la cárcel de Jerusalén gracias a la intervención del ángel o mensajero de Dios. Los Apóstoles habían sido capturados por orden del sumo sacerdote y sus partidarios, los saduceos. No porque hubieran cometido un delito, sino por envidia. Viene a la mente el pasaje del evangelio cuando Pedro y Juan, van a ver el sepulcro después de que María Magdalena les hubiera anunciado que el Señor no estaba allí, sino que había resucitado. Ellos fueron y vieron el sepulcro vacío, sin nadie... Aquí los carceleros encontraron también la celda vacía. Nos encontramos ante un movimiento humano: el de ir a comprobar lo que se nos ha dicho para estar seguros y saber qué es verdad. Y, en contraposición, el movimiento divino que no se deja agarrar, no se deja ver, que no se deja atrapar por el movimiento humano. Es precisamente este movimiento divino el que genera la fuerza para predicar a los Apóstoles en el Templo. La Palabra de Dios, la fuerza de Dios, el Espíritu... no puede ser encadenado.

P. Juan R. Celeiro

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