Lectura de la carta de Santiago 4, 1-10



Hermanos:
¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre: ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden. O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones.
¡Corazones adúlteros! ¿No saben acaso que haciéndose amigos del mundo se hacen enemigos de Dios? Porque el que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. No piensen que la Escritura afirma en vano: "El alma que Dios puso en nosotros está llena de deseos envidiosos".
Pero Él nos da una gracia más grande todavía, según la palabra de la Escritura que dice: "Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes".
Sométanse a Dios; resistan al demonio, y él se alejará de ustedes. Acérquense a Dios y Él se acercará a ustedes. Que los pecadores purifiquen sus manos; que se santifiquen los que tienen el corazón dividido. Reconozcan su miseria con dolor y con lágrimas. Que la alegría de ustedes se transforme en llanto, y el gozo, en tristeza. Humíllense delante del Señor, y Él los exaltará.

Palabra de Dios.


La ambición y malicia del hombre, continuamente nos llevan a discusiones, peleas y guerras. Santiago en su carta hace un llamado a la humildad de corazón, esta nos lleva al encuentro con el hermano, y sobre todo, con Dios, único que puede levantarnos. La soberbia está reñida con el Espíritu de Dios; Él se enfrenta a los soberbios y da su gracia a los humildes. El soberbio se aleja de Dios, y cuanto pide, lo pide con exigencia; este alejamiento de Dios se manifiesta en la Escritura en muchas ocasiones, comparándolo con la infidelidad de la esposa “Israel”, que es infiel al esposo, “Dios”, considerando su alejamiento como un adulterio. Por eso llama adúlteros a los infieles que se alejan de Dios para satisfacer sus pasiones, poniendo su corazón en “otros dioses”. Cuando vuelven a pedir a Dios no lo hacen con humildad sino con exigencia, con soberbia, y Él se hace sordo a estas súplicas. La lección es también para nosotros: reconozcamos la bondad de Dios y seamos fieles a sus enseñanzas. No dudemos, su gracia no nos va a faltar. Si nos presentamos ante Él con humildad, Él nos escuchará y nos levantará.


P. Juan R. Celeiro

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